viernes, 13 de junio de 2025

Has Vuelto A Mí: Epílogo

 –Deberíamos habernos casado en Hawái –murmuró Pedro al oído de Paula después de la enésima felicitación.


Paula le dió un discreto codazo a su flamante marido.


–¿Y perdernos otra Nochebuena con nuestras familias? Ni hablar.


–Eres una romántica –se quejó él, abrazándola por la cintura.


–Demándame si quieres –suspiró y se apretó contra él–. Gracias.


–¿Por qué?


–Por esto –hizo un gesto abarcando la playa que se extendía frente a la escuela de surf Winki Pop. 


Arturo, espléndido con su esmoquin y su gorro de Santa Claus, estaba preparando otra tanta de su sangría especial. Violeta, preciosa con su disfraz de duende, daba vueltas alrededor de Federico cantando una disparatada versión de Ring-a-Rose. Tomás y Jimena estaban haciéndose carantoñas, como siempre, y los padres de Pedro estaban sentados y asidos de la mano junto a Alejandra, contemplando sonrientes la celebración navideña. Incluso el recalcitrante Miguel había regresado inesperadamente de Oriente Próximo, sin mujer, y estaba intentando reconciliarse con Alejandra y con su hija. Paula sabía que era inútil, pero aun así lo había invitado a la boda y a la comida navideña del día siguiente. La ceremonia en la playa había sido increíble, pero el momento más emotivo fue cuando Pedro llevó a Alejandra en brazos hasta la primera fila. A Paula le costó Dios y ayuda contener las lágrimas mientras pronunciaba los votos. Aún le costaba creer que se hubiera casado con su primer y único amor, y continuamente se acariciaba el vestido de seda color marfil para asegurarse de que todo era real.


–¿Estás segura de que tu madre estará bien mientras nos vamos de luna de miel a Capri? –le preguntó Pedro–. Podemos quedarnos aquí y..


–Estará bien.


Doce meses antes Paula había mantenido una larga charla con su madre, cuando estuvo a punto de perder a Pedro, y como resultado había enterrado sus temores y había empezado a vivir la vida sin preocuparse por el futuro. El imparable deterioro de Alejandra le encogía el alma, naturalmente, pero su madre estaba aprovechando al máximo el tiempo que le quedaba. Lo menos que ella podía hacer era lo mismo. El deseo de su madre era verla feliz y por eso habían adelantado la fecha de la boda. Ni a ella ni a Pedro les había importado, pues ya estaban viviendo juntos. Se quedaban en Melbourne de lunes a viernes y los fines de semana los pasaban en Torquay. Aún no habían decidido dónde se instalarían de manera permanente. Ya habría tiempo para eso cuando regresaran de Capri.


–¿En qué piensas?


Miró a los azules ojos de su marido y sonrió.


–En la primera vez que estuvimos en Capri...


–Te prometo que esta vez será aún mejor –meneó exageradamente las cejas, haciéndola reír–. Sabes que vamos a ser muy felices juntos, ¿Verdad?


–Lo sé.


Pasara lo que pasara, tendría a su lado a aquel hombre tan maravilloso.







FIN

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