—Diría que han llegado justo a tiempo —dijo él con voz ronca.
Paula consiguió levantarse mientras Pedro contestaba a los rescatadores. La tomó de la mano y volvieron hacia el pasillo. Vieron el destello de una linterna y a Yanina, que corría hacia ellos.
—¡Paula!
—Estoy aquí.
Su amiga la abrazó mientras el sheriff Bradshaw llegaba.
—¿Estás bien? —le preguntó Yanina apartándose un poco.
Ella tuvo que mirar hacia otro lado.
—Estoy bien. Un poco asustada. Pedro me llevó a las duchas — Paula miró hacia su refugio improvisado—. ¿Ha sido un tornado?
El sheriff asintió con la cabeza.
—Han tenido suerte. El tejado ha sufrido bastantes daños — Bradshaw los miró con detenimiento—. ¿Seguro que están bien?
—Sí —contestó Pedro—. Aunque no puede decirse que haya sido divertido.
—Es verdad —el sheriff se dirigió a Paula—. Creo que tu padre agradecería que lo llamaras.
Paula conocía al sheriff de toda la vida y era un hombre apreciado en el pueblo.
—En cuanto recoja mi móvil.
Bradshaw asintió con la cabeza.
—Si no me necesitan, tengo que comprobar los daños en el resto del pueblo.
—Estamos bien —lo tranquilizó ella con un gesto de la mano.
Paula miró a Pedro, quien clavó su mirada abrasadora en la de ella antes de mirar hacia otro lado.
—Será mejor que vaya a ver si mi edificio conserva el tejado — comentó él antes de marcharse.
Paula miró a Yanina, que estaba sonriendo.
—¿Qué pasa?
—Solo tú te las apañarías para quedarte atrapada por un tornado con Pedro Alfonso ni más ni menos.
—Yo no he hecho nada. Él estaba aquí jugando al baloncesto cuando entré —todavía tenía el corazón acelerado—. ¿Qué debería haber hecho?
—Al parecer, no pueden evitarlo. Son como imanes. Es la segunda vez en menos de cuarenta y ocho horas que se topan.
Yanina era la única persona que sabía lo que había pasado hacía tres años entre Pedro y ella.
—Parece como si el destino quisiera que estuvieran juntos.
—Pues no va a conseguirlo. No tengo tiempo para Pedro Alfonso.
Su amiga dejó escapar un gruñido.
—Yo encontraría tiempo para un pedazo de hombre como ése.
—No, Yanina. No quiero ser una más de su interminable lista de mujeres. Además, si no me quiso la primera vez, ¿Por qué iba yo a pensar que va a cambiar?
Se dirigió hacia al pasillo y encontró su bolso. Entonces, se acordó de la primera vez que Pedro volvió del ejército. Estaba trabajando en Austin y él la llamó, pero en cuanto vió su número, dejó que saltara el contestador automático. Borró el mensaje sin oírlo. Seguía demasiado dolida, vulnerable, y nunca contestó la llamada. Yanina la alcanzó.
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