Entonces, súbitamente, se acordó de Pedro Alfonso. Ningún hombre tenía derecho a ser tan sexy. ¿Había pensado alguna vez en ella? Que hubiesen pasado un fin de semana ardiente no quería decir que fuese memorable para él. Dejó a un lado los recuerdos para volver al presente.
—He pensado que podía pasar por todas las tiendas y hablar con ellos de uno en uno. Así, podría saber cuáles son sus mayores preocupaciones. Lo que esperan de mí cuando esté en el Ayuntamiento.
—También está bien —reconoció él—. Vas a competir contra Leticia Peters y ella tiene mucho apoyo aunque esté anclada en el siglo pasado. Te beneficia que lo que quiere para el pueblo sea que siga igual. Tu proyecto de reformar el extremo sur de la calle principal es excelente. Necesitamos que Kerry Springs reciba más ingresos.
Siguió pensando en Pedro. Tenía un local fantástico. ¿También pensaba reformarlo por fuera?
—Está bien que los Alfonso se hayan quedado con el bar de Juan.
—Sí. Es una esquina muy buena. También estaría bien que el pueblo tuviera más restaurantes de cierta categoría.
—¿De cierta categoría?
Su padre sonrió.
—Según me ha contado Horacio, Pedro piensa ofrecer un menú mejor y un comedor renovado. Es justo lo que necesita el pueblo. Kerry Springs necesitaba muchas cosas.
—Me gustaría reformar y reabrir el club infantil.
Su padre frunció el ceño.
—Es una idea ambiciosa, sobre todo, con el presupuesto tan limitado del pueblo.
—Lo sé, pero hay muchos niños que necesitan un sitio así para ir después del colegio y en verano.
Entonces, él sonrió.
—Puedo ayudarte a recaudar fondos, a que empiecen las donaciones y a buscar subvenciones federales.
—Papá…
Miguel Chaves no estaba escuchando.
—Tengo amigos en Austin.
Ella adoraba a ese hombre que siempre había estado cuando lo había necesitado.
—Papá, te agradezco tu ayuda, pero tengo que hacerlo por mi cuenta.
Él asintió con la cabeza.
—¿Puedo decirte lo orgulloso que me siento de tí y de tu trabajo como directora del proyecto Vista Verde? Sin embargo, siempre serás mi niñita y es natural que quiera ayudarte.
Paula se levantó, se acercó a él y le dió un beso en la mejilla.
—Y yo te quiero por eso. Tu ayuda ha sido muy valiosa para mí, pero si quiero que la gente me tome en serio, tengo que hacer esto yo sola. Pienso hacer un cálculo básico de lo que costaría reparar el club infantil antes de siquiera ir al Ayuntamiento.
Su padre sonrió.
—Parece que tienes claras las cosas.
Paula creía que las tenía hasta que se encontró con Pedro. Miró a su padre.
—Bueno, soy la hija de Miguel Chaves y he tenido el mejor maestro.
Ese día, más tarde, Pedro soltó una maldición cuando el dolor del hombro le impidió terminar la moldura. No quería retrasarse en la fecha de la inauguración. Además, si seguía pensando en Paula Chaves cada dos por tres, acabaría perdiendo tiempo y dinero. ¿Qué estaba pasándole? Ella llevaba meses en el pueblo y a él le había dado igual. Se habían mantenido alejados el uno del otro. Aunque tampoco debió tener una aventura con ella. Una Chaves… ¿En qué estaría pensando? Debió dejarla en paz aquella noche. Ese era el problema. No había pensado en otra cosa que en lo que sintió al tenerla entre los brazos y en su sabor.
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