—De acuerdo.
—Aun así, no puedes hacerlo solo.
—Creí que tú… Me ayudarías.
—¿Yo? —preguntó ella sacudiendo la cabeza.
—Paula… No puedo darle la espalda al niño —Pedro giró la cabeza para mirar a C. J., pero la cocina estaba vacía—. ¡No!
Salieron al callejón, pero no vieron al niño.
—Bueno, me parece que ya no tenemos que preocuparnos sobre lo que hay que hacer —Pedro la miró—. Ya puedes estar tranquila, Doña Candidata, tu historial sigue inmaculado.
Sus palabras le dolieron mucho.
—No iré a ningún sitio mientras haya un niño tan pequeño dando vueltas por ahí —Paula suspiró—. Todavía hay luz, vamos a buscarlo.
Pedro no se movió.
—¿Para qué? ¿Para qué lo entregues al sheriff?
Ella sabía que lo importante era encontrarlo.
—Si lo encontramos, te prometo que no le diré nada al sheriff. Al menos, hasta que encontremos a algún familiar.
Él sonrió y a ella se le desbocó el pulso. Pedro se acercó.
—¿De verdad?
La miraba con tanta intensidad que ella tuvo que mirar hacia otro lado.
—C. J. necesita gente que lo apoye —Paula arrugó la nariz—. Además, no me gusta que me llamen vieja novia. Tengo que corregírselo.
Pedro no pudo evitar sonreír, pero fue suficientemente listo como para no decir nada más. Agarró a Paula de la mano y empezaron a buscar por la zona. Por lo que pudieron ver, el niño no estaba en los locales vacíos. Volvieron a buscar por el parque y, cuando el sol empezaba a ocultarse, recorrieron otra vez los callejones. Entonces, lo vieron detrás del club infantil. Pedro hizo que Paula se ocultara y vió que C. J. entraba por un ventanuco que estaba ligeramente abierto. Fueron hasta la puerta lateral del edificio. Él sacó una navaja y forzó la endeble cerradura. Entraron y esperaron hasta que se adaptaron a la oscuridad.
—¿Puedes ver? —susurró él.
—Sí —contestó ella susurrando también—. Vamos a buscarlo.
Él la guió silenciosamente mientras buscaba pistas de C. J., hasta que oyó ruidos en un cuarto al final del pasillo. Una vez dentro, vieron unos montones de cajas, pero había luz suficiente para encontrar el camino por ese laberinto. Al fondo, encontraron una zona despejada con estanterías llenas de libros y montones de ropa. También había una caja de madera con una lámpara y un reloj y un camastro hecho con un montón de mantas. Pedro sintió una opresión en el pecho al ver a C. J. sentado en el centro y comiendo algo que se había llevado de la cocina. Era peor de lo que se había imaginado. ¿Dónde estaba su padre? El niño se dió la vuelta como si hubiese notado que no estaba solo. Sus ojos reflejaron miedo y Pedro supo perfectamente lo que sentía.
—Entonces, éste es tu hogar, dulce hogar.
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