Los había encargado por internet días antes, cuando estaba radiante de felicidad por las escapadas que hacía con Pedro a la playa. Si iba a vivir el momento quería que su madre también lo hiciera. Pero con el corazón deliberadamente sellado y su inminente marcha del día siguiente, se preguntaba si no habría sido demasiado frívola e ingenua.
-Supongo que es duro celebrar la Navidad cuando tu madre está tan enferma.
–Sí.
Él la miró con curiosidad y ella deseó haber mantenido la boca cerrada. ¿Por qué arruinar su última noche juntos reviviendo su traumático pasado familiar?
–¿No quieres hablar de ello?
Paula le dedicó una sonrisa agradecida.
–Prefiero disfrutar de esto –señaló la mesa mientras los primeros invitados empezaban a llegar, y cedió al impulso de besar a Pedro en la mejilla–. Gracias por obligarme a acompañarte a esta boda.
Pedro tuvo la decencia de parecer avergonzado.
–Un hombre tiene que cumplir con su deber.
Y una mujer también, pensó Paula. Aquella velada se dedicaría a beber, bailar y divertirse. Y más tarde pasaría una noche increíble en la cama de Pedro, atesorando los recuerdos que la acompañarían toda la vida.
–Podrías agradecérmelo como es debido.
–¿Cómo?
Él la rodeó por la cintura.
–Mira hacia arriba.
–Vigas de madera artesanales, paneles rojos...
–Muérdago –murmuró él, un segundo antes de besarla.
Paula se derritió ante la pasión voraz de aquellos labios, y fue solo cuando él se apartó que oyó los vítores y palmadas de los Alfonso. Se puso tan roja como el revestimiento del techo mientras Pedro saludaba al clan. Cuando la acompañó a su sitio y le acarició la espalda mientras le retiraba la silla, una punzada de anhelo atravesó la coraza protectora de ella. ¿Cómo sería pertenecer a una familia como aquella? ¿Cómo sería vivir rodeada de afecto y risas? Nunca había tenido nada igual, y hasta ese momento nunca había sentido tan fuertemente esa carencia.
–Eh, estrella del surf, ¿Cuándo vas a presentarnos? –preguntó un hombre alto, fuerte y rubio que estaba sentado junto a Pedro.
–Paula, te presento a mi primo Rodrigo –apoyó posesivamente un brazo en el respaldo de la silla–. Rodrigo, te presento a mi amiga Paula.
–Es un placer conocer a una mujer tan guapa –la alabó Rodrigo mientras le estrechaba la mano, pero su sonrisa era más bobalicona que lasciva.
–Gracias –respondió ella, y agradeció que Rodrigo empezara a preguntarle a Pedro por las condiciones climatológicas para la temporada de surf.
Amiga... Pedro la había presentado como si fuera una amiga, y aunque tal vez fuera cierto sonaba muy frío e impersonal después de lo que habían compartido. Por mucho que intentara convencerse de lo contrario, tenía que rendirse a la evidencia. Los besos bajo el muérdago, la pasión en las dunas y los abrazos en el balcón le habían hecho desear lo mismo que en Capri. Un milagro. Que él la amara. Pero después de lo que había sufrido con su madre había dejado de creer en los milagros.
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