miércoles, 11 de junio de 2025

Has Vuelto A Mí: Capítulo 74

Y la pregunta era, si un hombre como él se había arriesgado a seguirla para poner su corazón en juego, ¿No debería ella hacer lo mismo? ¿Acaso merecía la pena perder al amor de su vida y ser una desgraciada el resto de sus días por culpa de su desconfianza? Se echó sobre el volante y cerró los ojos. No podía abandonar a su madre, eso era obvio, pero ¿no podría comprometerse de alguna manera? La idea de tener a Pedro en su vida, brindándole todo su apoyo y atención cuando llegara el temido momento, era lo único que le daba consuelo al pensar en la muerte de su madre. Se golpeó repetidamente la cabeza contra los antebrazos. Qué idiota había sido... El murmullo de un motor interrumpió sus divagaciones, seguido por tres cortos bocinazos. Paula levantó la cabeza, súbitamente esperanzada, y vió a Pedro apagar el motor del Roadster rojo, desabrocharse el cinturón de seguridad y salir del vehículo para dirigirse hacia ella con firmeza y determinación. Paula se bajó rápidamente del coche y lo esperó.


–Vamos a dar un paseo, y quiero que me prometas que no hablaras en todo el camino –le dijo él. 


La agarró de la mano y tiró, pero ella se resistió. No debía ceder tan fácilmente.


–¿No se te ocurre una disculpa mejor?


Consiguió no sonreír ante la mueca de incredulidad de Pedro.


–¿Una disculpa... Yo? –negó con la cabeza–. De eso nada.


Paula dejó que la llevara hacia el Roadster, abrió la puerta y se sentó junto al volante. La fresca fragancia de Pedro la envolvió como un reconfortante abrazo y ella tuvo que apretar los dientes y los puños para no apoyarse en él. La hizo esperar deliberadamente durante un buen rato. Tanto, que a punto estuvo ella de capitular mientras se internaban en el denso tráfico de Navidad. Finalmente, Pedro estacionó en uno de los pocos sitios que había en Lygon Street y ella se desconcertó al comprender sus intenciones. La había llevado al barrio de Little Italy de Melbourne. ¿Estaría pensando, tal vez, en resucitar los recuerdos de Capri para congraciarse con ella? A Paula no le hizo ninguna gracia y así se dispuso a decírselo, pero la vulnerabilidad que vio en la expectante mirada de Pedro la pilló desprevenida y le hizo morderse la lengua. Decidió tragarse el comentario hasta que estuvieron sentados en una pequeña trattoria, tan parecida a la que frecuentaban en Capri que no le hubiera extrañado ver salir de la cocina a Luis, el propietario, para recibirlos calurosamente.


–¿Puedo hablar ya?


–No –se llevó un dedo a los labios para hacerla callar y pidió la comida: Linguini a la marinara, pan recién hecho y Chianti.


Su comida.


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