Pedro no se explicaba lo que le ocurría a Paula. Primero lo había besado con una pasión desmedida y luego se había encerrado en sí misma. Nadie más se había dado cuenta, ya que se había pasado la fiesta bailando, riendo y zampándose dos grandes porciones de la tarta nupcial. Pero a él no podía engañarlo. Cada vez que sus miradas se cruzaban veía una sombra en su expresión. En el camino de vuelta a casa quiso preguntarle qué le pasaba, pero ella no dejó de hacer comentarios sobre su familia, la ceremonia y el intercambio de regalos. Y él la dejó hablar de buena gana, pues seguía intentando asimilar lo que le había contado su padre. Era evidente que algo le ocurría. ¿O quizá solo se sentía extraña ante la perspectiva de separarse al día siguiente? No había razón para ello. Le daría la mejor noche de su vida, se despertaría con ella en brazos y hablaría con ella cuando volvieran a Melbourne. En las últimas horas había trazado el plan. Su padre tenía razón. Y también sus hermanos. Paula merecía la pena. Sería un idiota si la dejara marchar. No sabía a lo que podría enfrentarse, pues nunca había tenido una relación estable. Pero con un poco de ayuda por parte de ella podrían hacer que funcionara. La posibilidad de tenerla en su vida lo alentaba a quitarse el esmoquin, agarrar su tabla y meterse en el agua... Pero en esa ocasión no sería para escapar de nada, sino para celebrar algo.
–Ya sé que dijiste que nada de regalos, pero te he traído una cosa –le dijo ella, sentándose junto a él en el sofá del balcón.
–Debería habérmelo imaginado –repuso Pedro, preguntándose qué pensaría ella del regalo que él le ofrecería al día siguiente.
Lo había comprado por internet diez minutos antes como parte de su plan, mientras ella se cambiaba el vestido por una camiseta y unas mallas y se recogía el pelo en una cola. Incluso cansada y desarreglada seguía estando más hermosa que nunca.
–Solo es un pequeño detalle... No quería presentarme con las manos vacías...
La voz le temblaba y Pedro le puso una mano sobre la suya para tranquilizarla.
–Me encantará porque lo he recibido de tí.
Ella lo miró, nerviosa, y se mordió el labio. Solo era un regalo, pero después de haber visto su anhelante expresión mientras su familia se intercambiaba los presentes y celebraban la Navidad todos juntos pensaba que los regalos debían de significar algo más para ella. Se tomó su tiempo para desatar el nudo dorado y retirar la cinta adhesiva.
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