Paula también se bajó y, aunque le resultaba incómodo estar con él, se alegró de que la acompañara. Entraron en la oficina y el olor a tabaco y alcohol se le hizo insoportable. Tuvo que contener la respiración para no vomitar. Un hombre ya mayor, sin afeitar y con una camiseta y unos vaqueros sucios, salió del cuarto del fondo. Los miró de arriba abajo.
—No alquilamos por un día. Vayan al motel de la carretera.
Ella oyó que Pedro que soltaba un improperio entre dientes.
—No queremos alquilar nada, solo queremos hacer unas preguntas.
El hombre los miró con los ojos entrecerrados.
—¿Son de la policía?
Ella notó que Pedro no estaba tranquilo precisamente.
—No, estamos preocupados por un niño —contestó Pedro mientras dejaba unos billetes en el mostrador—. Un niño rubio de unos nueve años que se hace llamar Nicolñás.
El hombre miró los billetes de veinte dólares y se los guardó.
—Sí, vivía aquí, pero su padre se marchó hace unas semanas.
—¿Y su madre? ¿Se ha ido a algún sitio del pueblo?
—No había ninguna mujer. Si pagan el alquiler a tiempo, me da igual adónde hayan ido.
Alisa intervino al notar la tensión de Pedro.
—¿Sabe el nombre completo del niño?
Él se encogió de hombros.
—El padre se llamaba Cristian Jackson y supuse que las iniciales del niño eran por Cristian Junior.
—Gracias —dijo Pedro asintiendo con la cabeza.
Paula notó la mano de Pedro en la espalda mientras salían por la puerta. Volvieron al coche, se montaron y ella lo miró.
—¿Crees que C. J. y su padre están viviendo en su coche o en la calle?
—No lo sé. Solo el niño puede decírnoslo.
—Tenemos que encontrarlo.
Pedro miró su reloj.
—No lo encontraremos si él no quiere. Me vuelvo al trabajo.
—Ni siquiera te importa…
La mirada de él hizo que se callara.
—Claro que me importa. Sé muy bien lo que es vivir a salto de mata, pero también sé algo sobre el orgullo. Por lo que me contó el niño, solía echar una mano en el bar cuando era de Juan. No quiere caridad. Tengo la esperanza de que vuelva.
Pedro vió que a ella se le empañaban los ojos de lágrimas.
—Entonces, tiene hambre.
—He dejado comida. Ahora, tengo que volver por si se presenta.
—De acuerdo —concedió ella—, pero seguiré buscándolo.
—Es un chico listo, Paula —le acarició la mejilla—. Lo encontraremos. Haré todo lo posible para ocuparme de que no le pase nada.
Durante las veinticuatro horas siguientes, Pedro puso algunos cebos con la esperanza de que C. J. apareciera por el restaurante. Había dejado la puerta de la cocina sin echar la llave mientras él trabajaba en el bar pero, por el momento, no había pasado nada. Sin desanimarse, fue a entrevistar a los solicitantes de trabajo.
—Kevin Ross —llamó mientras un joven entraba por la puerta del bar.
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