Paula no había salido corriendo de nada desde que Lucas Grayson se rió de ella en segundo curso, pero tuvo que hacer un esfuerzo para hacer frente a Pedro.
—Por lo visto, sigues enfadado por lo de antes.
Él se levantó las gafas protectoras y se las puso en lo alto de la cabeza.
—¿Por eso has venido? ¿Quieres cerciorarte de que no voy a demandarte?
Se negó a permitir que la alterara aunque, hasta el momento, no había tenido mucha suerte.
—No, he venido porque estoy preocupada por tí —no podía librarse de esa sensación protectora que había tenido al verlo desorientado—. ¿Vas a negarme que estabas rememorando algo muy intenso cuando me acerqué a tí?
—No voy a negar nada. El médico me ha dado el alta —arqueó una ceja—, pero si quieres hacer de enfermera conmigo, no voy a oponerme.
Le costó, pero no le hizo caso. Además, aquello no era de su incumbencia.
—Por lo que parece, tampoco estás haciendo lo que dijo el médico. No deberías trabajar durante un tiempo.
—No debo levantar peso —él señaló con la cabeza un listón de madera—. Estoy terminando unas molduras y puedo hacerlo.
Pedro se cruzó de brazos. Se había quitado la camisa y llevaba una camiseta negra y ceñida sobre el musculoso pecho y los anchos hombros. Intentó tomar aliento, pero el aire no le entraba en los pulmones.
—Entonces, te dejaré que sigas trabajando.
Él sonrió. Ella detestaba esa sonrisa de suficiencia.
—¿Qué pasa?
—Hoy me has hablado más que en todo el tiempo que llevo aquí. ¿Significa eso que por fin me has perdonado?
Ella no quería hablar de su breve historia del pasado.
—Tampoco hemos tenido muchas ocasiones de vernos. He estado muy ocupada con mi trabajo y, al parecer, tú también. Además, tú fuiste quien se marchó.
Paula se arrepintió de haberlo dicho. Los ojos azules de él se clavaron en los de ella.
—Intenté explicártelo cuando volví, pero tú no estabas muy dispuesta a escucharme.
Ella no se habría creído su endeble excusa, ni entonces ni en ese momento.
—Mira, Pedro, no hay ningún motivo para volver a hablar de todo eso —replicó ella con una mano levantada—. Los dos hemos seguido con nuestras vidas.
Él asintió con la cabeza.
—Entonces, vas a entrar en el Ayuntamiento. Será mejor que me porte bien o podrías cerrar Alfonso’s Place antes de que lo inaugure.
—Alfonso’s Place… —a ella le gustó el nombre—. ¿Por qué iba a cerrarlo? Vas a traer actividad al pueblo. Además, todavía no me han elegido.
—Es un mero trámite. No puedo imaginarme que un Chaves pierda una elección, al menos, en Texas.
—No soy mi padre —ella no había querido mostrar su inseguridad—. Soy nueva en todo esto.
—Eres de aquí, Paula, y la gente te aprecia.
—¿También tú?
No hay comentarios:
Publicar un comentario