Los azules ojos de la niña se entornaron en una mueca de reproche.
–¿Seguro que vendrás a la boda?
–Segurísimo.
Violeta no pareció muy convencida, y por un momento Pedro temió que fuera a darle una patada en la espinilla por todas las veces que la había defraudado.
–Está bien –aceptó, pero no lo soltó y siguió mirándolo con recelo.
No lo creía. Paula tenía razón. Debía dejar de pensar tanto y empezar a hacer algo.
–Oye, Viole, ya sé que hay mucho jaleo por aquí, con la boda del tío Tomi y todo eso, pero si a tu padre le parece bien podría llevarte mañana a hacer surf.
Su sobrina lo miró boquiabierta unos segundos, antes de esbozar una sonrisa de oreja a oreja. Soltó un chillido tan fuerte que atrajo las miradas de todos los invitados y echó a correr hacia Federico.
–¡El tío Pedro me va a llevar a hacer surf! –gritó con tanta fuerza que debieron de oírla hasta en Melbourne–. ¡Sí, sí, sí!
Toda la familia miró a Pedro. La advertencia era clara en los ojos de Federico: «Ni se te ocurra volver a fallarle a mi hija». Tomás le hizo un gesto de aprobación con el pulgar hacia arriba. Su madre le sonreía con cariño y esperanza. Y su padre asintió brevemente con la cabeza antes de apartar la mirada, incapaz de mirarlo a los ojos. Pero en aquella ocasión Pedro lo obligaría a mirarlo a los ojos. Si la escuela de surf no le demostraba a su padre que era un hombre digno y responsable, se lo haría ver de todas formas. Aquel no era el momento para exigirle respuestas, pero antes de marcharse de Torquay descubriría la verdad que se ocultaba tras el dolor. Al invitar a Violeta a hacer surf, había pensado que pasarían un rato de agradable compañía del que saldría reforzado el deteriorado vínculo entre su sobrina y él. Lo que no se imaginaba era que todo el clan de los Alfonso bajaría a la playa para un improvisado almuerzo en la arena. A Violeta le encantaba la atención y el jolgorio, pero a él... No tanto. Cuando vió a Tomás darle un codazo a su padre y reírse con él, se reafirmó en su decisión de olvidar el pasado y seguir adelante. Le dolía haber estado ausente cuando su padre más lo necesitaba, y aún le dolía más haberse alejado de su familia por culpa de su maldito orgullo.
–¡No me estás mirando! –el grito acusador de Violeta lo devolvió al presente.
–Claro que sí, renacuajo. Vamos a ver cómo te pones de pie...
Violeta se levantó con agilidad en la tabla y extendió los brazos con una ancha sonrisa, y la tensión que siempre dominaba a Pedro en presencia de su familia se alivió considerablemente. Había perdido mucho tiempo lamiéndose las viejas heridas cuando podría haber disfrutado más de su pequeña sobrina. Pero eso se había acabado. No volvería a desaprovechar lo que tenía.
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