Ella negó con la cabeza, agradecida por la mano que la agarraba. De otro modo se habría refugiado en su habitación y no habría salido durante días.
–Al principio los médicos le dieron tres años. Lleva siete.
Pedro hizo rápidamente los cálculos.
–¿Te enteraste poco después del viaje a Europa?
Ella asintió, recordando las consecuencias del terrible diagnóstico. A pesar del modo en que habían terminado, ¿Habría reservado un vuelo para reunirse con Pedro si su madre no hubiese caído enferma? ¿Habría llevado una vida de sol, playa y surf en vez de confinarse a una minúscula oficina alquilada? ¿Habría sido feliz, ignorando que tal vez portara un gen defectuoso, y teniendo hijos con él? Era una idea absurda. Pedro no había querido nada serio con ella, y mucho menos tener hijos.
–¿Tu madre sigue la fisioterapia y la terapia funcional pertinentes para conservar el máximo de movilidad posible?
–Sí, pero la atrofia muscular avanza muy rápido.
¿Cuántas veces había masajeado los consumidos músculos de su madre con la esperanza de que se regeneraran milagrosamente? Incontables. La imagen de Alejandra apagándose ante sus ojos le partía el corazón.
–Está confinada en una silla de ruedas, aunque en la residencia donde está alojada la cuidan muy bien.
–El personal de esas instalaciones merecería una medalla por lo que hacen.
–¿Cómo sabes tanto sobre el tema?
–Una vez patrociné una organización benéfica para los enfermos de Lou Gehrig en Los Ángeles, y procuré documentarme bien sobre el tema antes de acudir a la recaudación de fondos.
Paula lo miró con interés. Muchos deportistas de élite patrocinaban eventos benéficos, pero dudaba que fueran muchos los que se preocuparan por conocer los detalles.
–¿Hay algo que pueda hacer?
Ella negó con la cabeza, conmovida por el ofrecimiento.
–Gracias, pero ya lo tengo todo cubierto.
O al menos lo tendría cuando recibiera sus honorarios por aquella campaña promocional. Y para ello debía volver al trabajo, por mucho que deseara permanecer en aquella deliciosa intimidad con el hombre al que una vez amó de corazón.
–Deberíamos volver al trabajo...
–Mañana –dijo él. Se acercó a ella y le pasó un brazo por los hombros–. No hemos parado de trabajar desde que llegamos ayer.. Vamos a tomarnos esta noche libre.
Una noche de descanso sonaba bien, aunque no había nada tranquilizador en estar acurrucada contra el hombro de Pedro. Debería apartarse, entrar en la casa y seguir trabajando en la página web, pero lo que hizo fue relajarse y saborear el momento. Él la besó en el pelo y ella suspiró, agradecida por la sensibilidad que demostraba al no hacerla hablar. Además, ya había hablado bastante. A ninguno de los otros hombres con los que había salido les había contado nada sobre su madre. No les había permitido acercarse lo suficiente. Y sin embargo, en dos días había dejado que Pedro volviera a entrar en su vida... Y en un pequeño rincón de su corazón.
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