¿Por qué se comportaba de aquella manera? Tendría que preguntárselo en otro momento, junto al millón de preguntas que se agolpaban en su cabeza y que debería haberle formulado antes de volver a caer rendida a sus pies. Una cosa estaba clara, y era que la familia de Pedro quería que se quedara en Torquay. Paula no quiso decirles que era más probable que ella ganase el campeonato mundial de surf que Pedro Alfonso echara raíces.
–Tendrían que detenerte por dar esta imagen...
El susurro de Pedro le acarició la oreja y le puso la piel de gallina mientras la rodeaba por la cintura con un brazo.
–¿Qué imagen?
–La imagen de una mujer que se ha pasado el día en la cama y que está impaciente por volver a acostarse...
Ella lo miró con una expresión de falsa inocencia.
–¿Cama? Que yo recuerde, la playa nos ha servido igual de bien.
–Me estás matando –la apretó con fuerza y la llevó hacia el fondo de la carpa.
–No me digas que tú no has estado pensando en lo mismo... –le dijo ella.
No habían hablado mucho desde la playa. Habían iniciado la relación sexual con la misma facilidad que en Capri. Era inevitable, estando tan cerca el uno del otro, y aunque no debería significar nada más que sexo, por desgracia para ella significaba algo más. Volvía a estar en el mismo punto que ocho años antes, conociendo, y temiendo, cuál sería la fecha de caducidad.Pero en esa ocasión no le permitiría huir sin antes obtener respuestas. No era la misma chica idealista e ingenua que había sido en Capri. La vida era corta, muy corta, y raras veces ofrecía una segunda oportunidad. Si Pedro y ella tenían una posibilidad, por pequeña que fuera, de mantener algún tipo de relación, ella lo iba a intentar con todas sus fuerzas. Le había roto el corazón una vez, pero si ella había cambiado... ¿Por qué no él? Solo había un modo de averiguarlo, y era haciéndole las preguntas que él no quería responder.
–Desde que llegamos aquí no he dejado de pensar en volver a desnudarte –le confesó él, acariciándole el cuello con los labios–, pero hay niños presentes.
Las preguntas podían esperar...
–Compórtate. La gente puede vernos.
–Que nos vean –insistió él, y fue bajando con los labios por el cuello hasta hacerla estremecer.
En ese momento los interrumpió un silbido y Pedro se separó de ella mientras maldecía en voz alta.
–Como sea Federico lo mataré.
–Siento interrumpir –se disculpó Tomás con una sonrisa que desmentía su disculpa–, pero vamos a empezar con los discursos.
Pedro le lanzó una mirada asesina.
–¿No podías dejar ese tostón para la boda?
–¿Por qué? ¿Tienes algo mejor que hacer?
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