La recorrió con la mirada de arriba abajo, poniéndole los nervios de punta, y antes de darle tiempo a protestar le puso la mano en el trasero y la hizo avanzar.
–Vamos. Me dijiste que hacer surf estaba en tu lista de cosas pendientes. Es el momento de hacerlo, y además te servirá para el trabajo.
Paula se sorprendió de que recordara su lista de cosas pendientes y permitió que la guiase al interior del almacén. Dentro olía a fibra de vidrio, caucho y cera de coco, pero por encima de todo se olía la fragancia varonil de Pedro, aquella embriagadora mezcla de masculinidad, sol y brisa marina. Tenía razón, naturalmente. Aprender a hacer surf le daría más credibilidad a la hora de moderar los foros. Técnicamente, aquella práctica la capacitaba para el trabajo. No así el escrutinio que Pedro hizo de su cuerpo con una mirada tan íntima como las caricias de un amante. Aquello nada tenía que ver con el trabajo. Nada en absoluto. Él rebuscó entre los neoprenos y descolgó uno de color negro con una raya fucsia en zigzag.
–Toma. Creo que éste te quedará bien.
Un temblor la recorrió al acariciar la prenda de goma sintética. ¿Cuánto tiempo había pasado desde la última vez que hizo algo simplemente por diversión? Demasiado. Y cuando Pedro le tendió un bañador azul marino, no pudo resistir la tentación.
–Los vestuarios están al fondo –le indicó él–. Pero antes vamos a buscarte una tabla apropiada.
–Cualquiera que elijas estará bien.
Él se cruzó de brazos, hinchando los bíceps bajo las mangas deshilachadas de la camiseta.
–¿No quieres familiarizarte con la tabla antes de salir?
Paula arrugó la nariz, sintiéndose como la novata que era.
–Eh... ¿Se supone que debo decir que sí?
–Sí. Tienes que conectar con tu tabla.
–Oh, cielos... –puso los ojos en blanco mientras se dirigían hacia las tablas–. Lo siguiente que hagas será ese signo con la mano y decirme que me relaje.
-La señal de shaka forma parte de la cultura surfera –repuso él.
Paula extendió el pulgar y el dedo meñique mientras mantenía curvados el resto.
–¿Ya estoy en la onda?
–Ni mucho menos. Para eso tienes que permanecer en la tablamás de treinta segundos.
Ella se rió mientras Pedro pasaba las manos sobre las tablas, deslizándolas sobre la superficie con una expresión embelesada que casi le hizo sentir celos. En una ocasión también a ella la había mirado así. Antes de alejarse sin mirar atrás... Tenía que recordarlo y no desear ser una tabla de surf.
–Ésta –dijo él, sacando una tabla inmensa de color crema con espirales ocres–. Ésta es tu tabla.
–¿Te lo ha dicho la fibra de vidrio?
–¿Te estás riendo de mí?
–Un poco.
–Ya veremos quién ríe el último... Toma, sostenla tú.
La tabla pesaba una tonelada, pero Paula consiguió mantenerla derecha... O casi.
–Parece que está hecha de piedra.
–Está hecha de la mejor resina epóxica, lo que hace más fuerte y ligera que las tablas tradicionales –le agarró la mano y la pasó por la tabla–. Esto se llama cubierta –le desplazó la mano hacia el costado en un largo y lento barrido.
Paula volvió a morderse el labio para no gemir. Había algo deliciosamente sensual en tenerlo cerca, sintiendo el calor de su cuerpo, con sus brazos extendidos y rodeándola inadvertidamente y sus largos dedos extendidos sobre los suyos como en una ocasión se extendieron sobre su vientre desnudo...
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