–Has hecho un buen trabajo –lo alabó ella, tocándole el brazo.
Fue un gesto impulsivo, pero se arrepintió cuando él le agarró la mano y tiró de ella.
–Tu opinión significa mucho para mí.
–¿Por qué? –se apartó para poner un poco de distancia entre ellos, abrumada por su cercanía.
–Porque no soporto que pienses mal de mí.
Paula intentó adoptar un tono ligero, todavía desconcertada por el descubrimiento de la verdadera personalidad de Pedro.
–La semana que viene no te importará lo que piense. Estarás en Hawái o Bali y yo estaré ocupándome de la página web de tu escuela.
–Te equivocas.
–Claro que no –fingió que malinterpretaba sus palabras–. Estaré trabajando como una esclava y...
–Tu opinión me seguirá importando.
Paula apartó la mirada, incapaz de resistir el desafío que ardía en sus ojos.
–¿No vas a preguntarme por qué? –continuó él.
Ella se mordió el labio. No, no quería escuchar sus profundos y meticulosos razonamientos. Lo único que quería era que su escuela de surf prosperara.
–Muy bien, te lo diré de todos modos –le soltó el brazo y le capturó la barbilla para obligarla a mirarlo–. Eres la única mujer que me ha hecho sentir algo en mi vida. Y aunque eso pueda asustarme,la verdad es que también me gusta.
Maldición... Atrapada bajo la intensidad de su mirada, y recibiendo su halago como una suave caricia en el rostro, sintió como la inevitable atracción entre ambos prendía en llamas. No podía apartar la mirada, ni pudo resistirse cuando sus labios se acercaron. No se le ocurría ningún motivo racional por el que no debiera avivar con un beso la pasión dormida. La pasión dormida... Aquellas palabras traspasaron la niebla que envolvía su mente. ¿Qué demonios estaba haciendo? Los dos primeros besos tal vez hubieran sido un acto impulsivo, pero aquello era completamente distinto. Una cosa era que le importaran sus halagos, pero permitir que se le subieran a la cabeza sería una estupidez imperdonable. No podía hacerlo. No podía caer de nuevo bajo su hechizo. Ya no era la misma chica ingenua de antaño. En esa ocasión sabía que si tenían otra aventura acabaría del mismo modo. Ningún susurro ni alabanza cambiaría la realidad: Pedro vivía para ser libre, y ella vivía para hacer lo más llevadera posible la vida de su madre... O lo que quedaba de ella. Sus objetivos nunca serían los mismos. Cuando sus labios estuvieron a punto de rozarse, se retorció para soltarse y retrocedió unos pasos.
–Paula...
No soportaba la confusión que despedían los ojos de Pedro, de modo que hizo lo único que podía hacer. Se dió medio vuelta y echó a correr.
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