lunes, 19 de mayo de 2025

Has Vuelto A Mí: Capítulo 23

Paula era una mujer muy natural y simpática, no altanera y estirada como él quería que fueran las mujeres que llevaba a casa de sus padres. Quería que sus padres las vieran con malos ojos y que guardaran las distancias. De eso se trataba. Pero ¿Y si caían rendidos ante ella como le había ocurrido a él? Todo su plan se iría al garete. Por si acaso tenía que impedir que los Alfonso la conocieran hasta la boda, y hasta el momento lo había conseguido. La noche anterior habían estado discutiendo las ideas de Paula para la página web de la escuela de surf mientras tomaban unas pizzas caseras con cerveza. Se sentía muy cómodo con ella, y eso lo asustaba. Nunca había tenido a una mujer viviendo en su casa. Aquel era su santuario, el refugio donde podía esconderse de los fans y los medios de comunicación. Nadie sabía que vivía allí, salvo su familia. Y en aquel momento había varios miembros de su familia llamando a su puerta. Abrió la puerta mientras maldecía en voz baja y fulminó a Tomás y a Federico con la mirada. Pero lo peor fue cuando vió a Violeta, su sobrina de seis años, mirándolo con sus grandes ojos azules desde detrás de las piernas de su padre. De todos los Alfonso, era ella la que peor lo hacía sentirse por estar siempre lejos de casa. La niña era demasiado pequeña para comprender lo que ocurría, pero siempre lo dejaba con un nudo de culpa en el estómago. Con tres años le sacaba la lengua a la acompañante de turno y le suplicaba reiteradamente que le enseñara a hacer surf. Él siempre respondía con la misma excusa... «Solo voy a estar aquí dos días, tal vez la próxima ocasión». Con cuatro años metió un bicho en el bolso de la acompañante y un cangrejo ermitaño en su carísimo zapato, y a Pedro le echó en cara que aún no le hubiese enseñado a hacer surf. Con cinco años se había burlado de la acompañante por su pelo «Demasiado amarillo» y su pintalabios «Demasiado rojo», y había dejado de pedirle que le enseñara a hacer surf.


Pedro debería haberse alegrado, pero en vez de eso se le partió el corazón cuando se despidió de ella hasta su próxima visita. Violeta no tenía la culpa de los problemas con el resto de la familia, pero  tenía miedo. Si permitía que Violeta se acercara demasiado tal vez el resto hiciera lo mismo. Y entonces podrían volver a despreciarlo, igual que hicieron ocho años antes. Cada visita a casa era siempre igual. La tensión inicial entre sus hermanos y él pronto se diluía en burlas y charlas, su madre lo atosigaba con lo mismo de siempre y con su padre seguía existiendo la misma rigidez. Necesitaba contar con la seguridad que le proporcionaría la presencia de Paula, pero quizá en aquella ocasión se tragara el orgullo y diera el primer paso. Había querido hacerlo otras veces, pero cuando se disponía a sacar el tema se daba cuenta de que dos días no eran tiempo suficiente para compensar todos los años perdidos. Aquel año se quedaría una semana. No tenía excusa.


–Hola, Viole –la saludó, agachándose ante ella–. Cuánto tiempo sin verte.


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