–¿Me estás diciendo que el hombre independiente y decidido que conocí en Capri habría abandonado sus sueños de buena gana para quedarse en Torquay?
Él volvió a fruncir el ceño.
–La decisión me correspondía tomarla a mí, pero ellos no me dejaron elegir.
Paula le puso una mano en la mejilla, conmovida por su dolor.
–Tu familia te quiere, Pedro, y tu padre está bien. Eso es lo único que importa. No pierdas el tiempo lamentándote por el pasado. La vida es muy corta...
Un brillo de optimismo apareció en los turbados ojos de Pedro.
–¿Por eso me has dado una segunda oportunidad?
Su pregunta sorprendió a Paula. Sin darle tiempo a responder, él la abrazó por la cintura y pegó la frente a la suya.
–Siento la forma en que acabó todo.
A Paula se le detuvo el corazón. Había muchas cosas que quería decir, y muchas más que quería preguntar, pero la familia de Pedro se disponía a empezar los discursos y los estaban esperando. El resto tendría que esperar, aunque al menos había conseguido que él empezara a abrirse.
–Yo también lo siento –dijo–. Y ahora, ¿Qué te parece si vamos a escuchar los discursos? Cuanto antes acabemos, antes podremos largarnos de aquí.
–Me gusta tu manera de pensar –corroboró él, dándole un rápidobeso en los labios.
A Pedro se le retorció el estómago igual que cuando comió más jalapeños de la cuenta en México. Pero en aquella ocasión no podría resolverlo con poco de bicarbonato. Aquello era lo que pasaba cuando se abría el baúl de las emociones y los recuerdos reprimidos. Nunca le había hablado a nadie de la enfermedad de su padre, pero la sugerencia de Paula sobre los posibles motivos de su familia había mitigado de algún modo parte de su dolor. Tal vez fuera el momento de tragarse el orgullo y empezar a tender puentes...
–Ven conmigo –apretó la mano de Paula y sintió otro nudo en el estómago cuando ella le sonrió.
Pero aquella sensación no tenía nada que ver con los viejos rencores y sí mucho que ver con una nuevacerteza. La certeza de que Paula significaba mucho más para él de lo que quería admitir.
–Claro... Aunque no quiero escuchar más anécdotas de cómo escandalizabais al pueblo cuando eran niños y corrían desnudos porlas calles.
–No parece que te importe verme desnudo ahora... –repuso él en voz baja y deliciosamente sensual.
–Supongo que me llevas a despedirme de tu familia, ¿No?
–Supones bien... Cuanto antes pueda desnudarte, mejor –le susurró al oído.
Paula se puso roja como un tomate. En aquel momento Violeta llegó corriendo y se lanzó contra las piernas de Pedro.
–Hola, Viole, ¿Dónde es el fuego?
–¡No quiero que te vayas! –le suplicó la niña.
Paula, tan intuitiva como siempre, le soltó la mano para que pudiera agacharse a la altura de Violeta.
–Solo me voy a casa, Viole.
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