–¿Estás segura?
–No he estado más segura de nada en toda mi vida.
Tropezó al intentar ponerse de pie y él la sujetó, sin dejar de mirarla.
–Paula, tenemos que hablar de lo que pasará después... Porque todo seguirá igual. Nuestras vidas discurren por senderos distintos y...
–¿Desde cuándo hablas tanto? –lo interrumpió, y le impidió seguir hablando con un beso destinado a borrar cualquier resto de duda que pudieran seguir albergando.
Cuando finalmente se separaron para respirar, él le agarró la mano como si no quisiera soltarla nunca más.
–Detrás de aquella colina hay unas dunas desiertas...
A ella le gustó que no le diera más detalles y que la dejara decidir con su desafío silencioso.
–Pues vamos para allá.
Hicieron una rápida parada en el almacén, donde se quitaron los neoprenos y Pedro agarró su cartera y una manta. A continuación echaron a correr hacia las dunas, levantando la fina arena bajo sus pies y jadeando al ritmo del corazón desbocado de Paula. Al llegar a la cima y ver las blancas dudas que se extendían ante ellos, los ojos se le llenaron de lágrimas. Era el lugar perfecto para revivir los recuerdos más maravillosos de su pasado y para crear otros nuevos. Ninguno de los dos habló mientras él la llevaba de la mano hasta un lugar protegido por una roca y extendía la alfombra sobre la arena. Paula nunca se había sentido tan deseada como en aquel momento, con el hombre de sus sueños arrodillado a sus pies y mirándola con una expresión de entrega y adoración absoluta. Él tiró de su mano y ella se unió a él en la alfombra para abandonarse por entero a las caricias, los susurros y los gemidos que brotaban de la pasión compartida. No fue hasta mucho después, cuando Pedro la apretó en sus brazos y ella contempló las gaviotas que planeaban sobre sus cabezas, cuando la asaltó una inquietante pregunta. «¿Qué es lo que he hecho?».
–Debería haberme imaginado que seríais incapaz de mantener la boca cerrada.
Pedro fulminó con la mirada a Tomás y a Federico, quienes se limitaron a sonreírle y levantar sus botellas de cerveza.
–¿A qué te refieres? –dijo Federico–. La barbacoa es en lugar de la cena de ensayo de Tomi. Tenías que venir –sonrió sarcásticamente y apuntó con la cabeza a Paula–. Y no podías dejar a tu acompañante en casa... No estaría bien.
Pedro lo golpeó en el brazo.
–Mamá me ha tenido media hora al teléfono con su implacable interrogatorio, y me he pasado la última hora intentando evitarla... Gracias a ustedes.
–Ya me darás las gracias cuando esté presidiendo... Tu boda.
–Y un cuerno –masculló Pedro.
La idea del matrimonio le quemaba el pecho como si se hubiera tragado de un bocado una pizza con doble ración de pepperoni.
–Nos pasa a todos, hermano –dijo Tomás.
–Son un ejemplo patético para los solteros del mundo.
–Eh, yo estoy soltero –le recordó Federico.
Hinchó el pecho y se lo aporreó como un gorila, haciendo reír a todos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario