Pedro esbozó una media sonrisa y a Paula le dió un vuelco el corazón. Le encantaba aquella expresión divertida.
–Sí, y si te quedara algo de sentido común tú estarías haciendo lo mismo en vez de complicarte la vida con esta boda absurda.
–Oh, vamos, ¿Por qué no combinar los festejos navideños con una buena fiesta familiar? Nuestros padres están encantados...
–Qué lástima cuando un Alfonso se convierte en un tonto romántico –murmuró Pedro con una extraña expresión en el rostro. Soltó a Paula de la cintura y la agarró de la mano–. Enseguida vamos.
Tomás frunció el ceño, pero asintió y se alejó, brindándole a Paula la oportunidad perfecta para descubrir qué problema tenía Pedro con su familia.
–He encargado unas tarjetas navideñas para tu familia. ¿Te parece bien?
–Sí, muy bien –dijo él, pero estaba claro que no lo decía en serio.
Las pocas palabras que había intercambiado con su hermano lo habían dejado nervioso y reservado. Ella prefería al Pedro despreocupado y alegre, pero quería respuestas y solo había un modo de obtenerlas.
–¿Por qué lo haces?
–¿El qué?
–Aislarte de tu familia.
Pedro frunció el ceño.
–Qué tontería...
–¿De verdad te parece una tontería?
Él apretó los labios mientras miraba a sus padres, que estaban hablando con Federico en el otro extremo de la carpa.
–Cuando tus hermanos se presentaron en tu casa sentí tu malestar al entrar en la cocina –continuó ella–. Desde entonces te has dedicado a trabajar o hacer surf y no has visitado a tus padres.
Pedro frunció aún más el entrecejo. No le respondía, pero al menos la escuchaba.
–Y esta noche parece que has venido obligado a la fiesta... Tu familia habla maravillas de tí, así que no comprendo tus reticencias. Quizá...
–Quizá no deberías meterte donde no te llaman.
Fue como recibir una bofetada en el rostro que echó por tierra sus esperanzas. Ni Pedro había cambiado, ni confiaba en ella para contarle la verdad ni había ningún futuro para ellos. Intentó soltarse, pero él la sujetó con fuerza y la miró con unos ojos cargados de dolor.
–Lo siento... Tú no tienes la culpa.
–¿Quieres hablar de ello?
–No.
Pero era obvio que sí quería y necesitaba hablar. Se adivinaba en la angustiosa mirada que alternaba entre Federico, Tomás, sus padres y Violeta. Como si librase ante sus ojos la misma batalla que se desarrollaba en su interior. Entonces se fijó en Violeta y su expresión se suavizó.
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