lunes, 19 de mayo de 2025

Has Vuelto A Mí: Capítulo 22

 –¿Sinceramente? Quería decírtelo, pero tus reacciones no invitaban a ello y opté por el camino fácil ¿Me perdonas?


–Lo pensaré –dijo ella con voz fría, aunque sus labios se curvaron en un atisbo de sonrisa.


–¿Tan difícil es ser mi acompañante por una noche?


–Teniendo en cuenta que ya no te conozco, sí.


–Eso tiene fácil solución –replicó él, y sin pensarlo dos veces la besó.


No fue como el beso que le había dado osadamente en el coche para demostrar que estaba en lo cierto. En esa ocasión sintió que estaba haciendo lo correcto al besarla. Ella se resistió al principio, pero él la sujetó con firmeza y supo en qué momento exacto cedía. Los labios de Paula se relajaron y emitieron un gemido casi inaudible, pero bastó para que Pedro la besara con más intensidad y siguiera haciéndolo hasta que el fragor que rugía en sus oídos fue más fuerte que el sonido de las olas rompiendo a escasos metros de sus pies. No tenía ni idea de cuánto duró el beso. Unos segundos. Una eternidad. Pero no le gustó que acabara.


–Tienes que dejar de hacer esto –le recriminó ella, empujándolo con fuerza.


–Lo siento –se disculpó él, pero los dos sabían que no era una disculpa sincera.


–Te lo digo en serio –le golpeó el pecho con un dedo–. Déjalo ya, ¿De acuerdo?


–Soy un hombre que actúa por impulso... ¿Qué quieres que haga?


–¿Quieres que te acompañe a la boda?


–Sí.


–Pues entonces nada de tonterías –bajó la mirada a sus labios y la mantuvo allí unos instantes–. Esta campaña significa mucho para los dos, así que vamos a centrarnos en el trabajo, ¿De acuerdo?


–De acuerdo –no pudo reprimirse a acabar la conversación con una nota de frivolidad–. Con este beso tal vez quería demostrarte que no te supondrá mucho sacrificio fingir que eres mi novia en la boda...


–Eres imposible –se levantó y se sacudió la arena del trasero, pero no antes de que él alcanzara a ver un destello de sonrisa.



Pedro no quería que su familia supiera nada de su invitada por el momento. La boda navideña ya sería bastante horrible sin necesidad de que las hordas de los Alfonso invadieran su casa para conocer a Paula. Se había dado cuenta muy rápido que, a pesar de ser una chica de Melbourne, no se parecía en nada a sus ligues habituales. Ella no necesitaba una tonelada de maquillaje antes de dejarse ver por la mañana, ni un alisador para el pelo ni el nombre de la manicura más cercana. Tampoco arrugaba la nariz con disgusto ante la perspectiva de pasear por la playa y echar a perder su pedicura. Tal vez hubiera cometido un error al pedirle que lo acompañara a la boda, porque desde donde estaba sentado, mirando a lo lejos, con el pelo de Paula ondeando tras él, se preguntaba si sería una garantía suficiente.

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