miércoles, 7 de mayo de 2025

Has Vuelto A Mí: Capítulo 15

Después de la vida tan activa que había llevado no iba a rendirse sin lucha. Les leía a los otros pacientes y dirigía al personal de cocina en la preparación de las comidas exóticas aprendidas en sus viajes alrededor del mundo, en el transcurso de los cuales conoció a Miguel Chaves. El matrimonio no duró mucho, ni ninguno de los otros tres matrimonios de Miguel, pero afortunadamente Alejandra conservó el amor por la gastronomía mundial. Paula había crecido a base de burritos, tatatouille, korma y szechuan, un crisol de sabores acompañados por las fascinantes aventuras que su madre le relataba. Nunca conoció realmente a su padre, pero Alejandra lo había suplido con creces. Se dedicó en cuerpo y alma a educar a su hija y no volvió a salir con un hombre hasta que ella se graduó en el instituto y se marchó de casa. Y aun entonces sus relaciones solo duraban unos pocos meses. Siempre se había preguntado si la pasión y exuberancia de su madre eran demasiado para esos hombres maduros que buscaban a Martha Stewart y se encontraban con Lara Croft. 


En la residencia Colldon, se colgó una tarjeta de visita al cuello y se encaminó hacia el fondo del bonito y acogedor edificio. Colldon se asemejaba más a un hotel boutique que a una residencia, con moquetas de color pastel, paredes pintadas de malva y amarillo narciso y un suave olor a limón y jengibre emanando de los conductos de ventilación. Paula haría todo lo que estuviera en su mano para que su madre se quedara allí. Incluso convivir con Pedro Alfonso durante una semana. Sacudió la cabeza para disipar la imagen, pero no lo consiguió y siguió viendo sus ojos aguamarina ardiendo con el mismo fuego que la había abrasado años atrás. Qué tonta había sido al pensar que tenía ventaja sobre él. Cierto que Pedro ignoraba quién estaba detrás de P.C. Designs, pero el elemento sorpresa no servía de nada cuando él sacaba a relucir sus armas. Se masajeó los músculos agarrotados del cuello mientras entraba en la habitación de Alejandra. No llamó a la puerta. Nadie lo hacía. La puerta estaba siempre abierta para todo el que quisiera charlar un poco con ella.


–Hola, mamá, ¿Cómo estás? –le preguntó con un nudo en la garganta al ver como intentaba abrocharse la rebeca.


Los azules ojos de Alejandra se entornaron mientras se señalaba la cremallera con una mano temblorosa.


–Muy bien... Hasta que a alguien se le ocurrió ponerme hoy esta rebeca –su desafiante sonrisa le encogió el corazón a Paula–. Los botones son un engorro, pero estas cremalleras de plástico no son mucho mejores.


«¿Necesitas ayuda?», las palabras casi brotaron de los labios de Paula, pero las refrenó a tiempo. A Alejandra no le gustaba que la tratasen como a una inválida. Y aún menos aceptar ayuda. Se sentó frente a ella e ignoró los síntomas que su madre trataba de ocultar.

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