Federico no creía en las historias de amor ni los finales felices, por lo que aquella extraña alusión al destino activó las alarmas de Pedro.
–Creo que pasas mucho tiempo leyéndole cuentos de hadas a Violeta –le respondió en tono arisco.
Fue un error, porque su reacción incrementó las sospechas de Federico.
–Solo estoy expresando una opinión imparcial...
Paula hizo un gesto triunfal cuando Tomás se equivocó al mover su reina. Violeta lanzó una exclamación de júbilo y ella la imitó, sorprendiendo a Pedro con sus muestras de entusiasmo. El día anterior la había visto tan concentrada en el trabajo y poco más que había olvidado lo divertida, radiante y encantadora que podía ser. Bueno, en realidad no lo había olvidado. Más bien había empujado los recuerdos al fondo de su mente para tratar de ignorarlos. Si se permitía revivir la breve pero maravillosa experiencia de Capri, acabaría sufriendo sin remedio.
–Como le digas a nuestros padres que está aquí, lo lamentarás –le advirtió a Federico.
Un brillo de malicia se encendió en los ojos de su hermano.
–Te propongo lo siguiente: No diré nada si tú reconoces que todavía te gusta...
La respuesta de Pedro fue agarrarlo por el cuello y enzarzarse en un combate amistoso de lucha libre. Violeta no tardó en unirse a la pelea y saltó a la espalda de su padre gritando de alborozo, pero nada podía distraer a él de la inquietante verdad. Aún deseaba a Paula. Y no había nada que pudiera hacer para evitarlo.
–Al fin tranquilos –dijo Pedro, ofreciéndole un café a Paula en el balcón.
–Tus hermanos son muy simpáticos, y Violeta es encantadora – comentó ella, echándole una cucharada más de azúcar al expresso.
Necesitaba la dosis de cafeína y calorías después de haber visto a Pedro en un ambiente familiar. Él nunca le había hablado de su familia. Era el solitario por excelencia que se paseaba libremente por la vida sin comprometerse con nada ni con nadie, salvo su pasión por el surf. Por ello se había quedado descolocada al verlo hablar con sus hermanos. Al principio se había mostrado muy reservado, como si no quisiera tenerlos en casa. Cuando ella entró en la cocina después de su paseo fue como si se topara con una pared de cristal. La tensión se palpaba en el aire y en la expresión de Pedro. Paula consiguió ocultar su incomodidad con una actitud afable y locuaz, lo que pareció irritar aún más a Pedro. ¿Qué demonios le pasaba? ¿Acaso no quería que su acompañante para la boda se comportara con naturalidad en presencia de su familia? Otra cosa que la descuadró fue lo unido que estaba a su sobrina. Nunca había creído que a Pedro le gustaran los niños, pero al verlos a ambos haciendo un rompecabezas sintió que se le desataban unas emociones en el pecho a las que prefería no enfrentarse. No quería recordar lo atento y cariñoso que había sido Pedro en Capri. Como tampoco quería reconocer que su implacable seducción iba minando lenta pero inexorablemente su resistencia.
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