–La próxima semana estaré fuera.
Alejandra levantó la mirada y Paula se puso tensa. Si tenía que soportar otro sermón sobre lo mucho que trabajaba y lo poco que se divertía se volvería loca. Claro que tampoco podía culpar a su madre, a quien le encantaba que le contase cosas del bar Rivera, de los bailes y de la gente con la que salía. Para ella era una ventana al mundo exterior, un modo de vivir a través de su hija, y adornaba y exageraba aquellas historias para que su vida pareciera mucho más interesante de lo que realmente era. Bastante tenía ya su madre como para preocuparse por una hija que solo salía de vez en cuando, iba a clases de baile dos veces por semana y se pasaba el resto del tiempo trabajando para pagar las facturas de la residencia.
–¿Por vacaciones?
–Por trabajo. Estaré en Torquay –lo dijo con toda la naturalidad posible, como si aquella población costera no le recordara otra playa llena de surfistas y tíos buenos en bañador. Especialmente uno.
–¿Seguro que es por trabajo? –Alejandra se inclinó tanto hacia delante que a punto estuvo de caerse de la silla de ruedas. Paula tuvoque cruzar los brazos para no hacer ademán de sujetarla–. Tu expresión está muy cambiada...
–Es por la perspectiva de estar fuera la semana antes de Navidad.
Alejandra volvió a recostarse pesadamente en la silla.
–¿Estarás fuera en Navidad?
Fue el turno de Paula para inclinarse hacia delante y apretar la mano de su madre, con cuidado de no arañarle la piel.
–Volveré a tiempo para la comida de Navidad. ¿Crees que voy a perderme el relleno de arándanos de la residencia Colldon?
Alejandra soltó una risita.
–No me importaría que no pasaras la Navidad conmigo si fuera por un joven bien plantado. Pero ¿Por trabajo? Eso sí que no.
En realidad era por un joven bien plantado y por trabajo, y Paula tenía el presentimiento de que necesitaría escapar de ambas cosastras una larga semana en Torquay. Se levantó y besó a su madre en la mejilla.
–Siento ser tan breve, pero tengo que irme a casa a hacer el equipaje. Me marcho mañana por la mañana.
Sorprendentemente, Alejandra le agarró la mano y se irguió con las pocas fuerzas que le quedaban.
–No olvides divertirte un poco entre tanto trabajo, Paula –le apretó débilmente la mano–. La vida es muy corta.
Paula asintió mientras contenía las lágrimas.
Pedro no tenía costumbre de tomar el pelo a las mujeres, y después de la reacción que Paula había tenido el día anterior no debería buscarle las cosquillas. Pero eso fue exactamente lo que hizo al alquilar el Roadster rojo para desplazarse a Torquay. Paula entendería el significado, aunque viendo su ceño fruncido y sus labios apretados no parecía probable que se lo echase en cara. La chica burlona y despreocupada que él recordaba había desaparecido tras aquella fachada tensa y reservada.
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