–Quería irme de Torquay y el surf era mi billete de salida. No hay nada malo en perseguir tus sueños.
–A menos que no sean tus sueños verdaderos.
Pedro lo miró con cara de pocos amigos. No le gustaba el matiz que tomaba la conversación.
–¿Cómo sabes tú lo que yo quiero?
–Porque he visto cómo miras a Paula –su sonrisa condescendiente irritó tanto a Pedro como su intuición–. Y no me gustaría que perdieras la oportunidad de ser feliz por esa absurda creencia tuya de que una relación implica renunciar a tu libertad.
Pedro sabía que una relación era más que eso. Confianza, complicidad, amor y mucho más. Y eran precisamente esas cosas, o mejor dicho, la posibilidad de perder esas cosas por lo que jamás dejaría que Paula se acercara demasiado. Ella ya había estado a punto de hacerlo flaquear una vez. No volvería a cometer el mismo error.
–Creo que has estado viendo demasiadas películas de amor últimamente –le dijo en tono burlón–. Me gusta mi vida. Hago lo que quiero hacer, ¿Te queda claro?
–La verdad duele, ¿Verdad?
Pedro maldijo entre dientes.
–¿Por qué no te preocupas de poner en orden tu vida amorosa y me dejas en paz? –se alejó rápidamente, pero no lo suficiente para escapar de la voz sarcástica de Federico.
–¿Quién ha dicho nada de amor?
A Paula le iba a estallar la cabeza. Por si no tuviera bastante con pasarse un día entero analizando hasta la saciedad lo que había hecho con Pedro, se había unido sin saberlo al Club de fans de Pedro Alfonso. Desde que llegó a la fiesta no habían dejado de bombardearla con todo tipo de consejos y preguntas. Las mujeres de la familia Alfonso querían saberlo todo, y ella no sabía qué responder. ¿Qué podía decirles? ¿Que ocho años antes le había entregado su corazón a Pedro, que él se lo había destrozado y que después de todo esetiempo ella volvía por más? Mencionó por encima que eran viejos amigos y que se habían reencontrado mientras él estaba en Melbourne. Por su parte, Jimena le confesó lo distinta que era a las acompañantes habituales de Pedro. Chicas que parecían muñecas de plástico, tan esnobs y altaneras que no se dignaban a mezclarse con la familia. Sintió curiosidad y quiso indagar un poco más, pero la madre de Pedro le lanzó una mirada de advertencia a Jimena para hacerla callar. No era que sintiera celos, o al menos que quisiera reconocerlo, pero le sorprendía que él hubiese llevado a ese tipo de mujeres a casa teniendo en cuenta lo calurosa bienvenida que su familia le había dispensado a ella. Otra cosa que la escamaba era la relación de Pedro con su familia. Se había mostrado muy tenso y nervioso por la perspectiva de acudir a aquella fiesta, paseándose por el balcón, bebiendo café o cambiando los canales de la tele mientras se arreglaba. Cuando ella le preguntó el motivo le respondió riendo y quitándole importancia al asunto, pero su actitud lo delataba. Se demoró todo lo posible antes de entrar en la casa y luego permaneció apartado del resto durantetoda la fiesta, salvo una charla que mantuvo con sus hermanos y el breve saludo que intercambió con sus padres.
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