–Lo siento, pero para este proyecto no me sirve una gerente de marketing que trabaje a distancia. Tendrás que ser mi sombra para comprender lo que pretendo conseguir con la escuela de surf. De lo contrario, el proyecto será un fracaso.
La torva mirada de Paula podría haberlo cortado en dos.
–¿Cuánto tiempo?
–Una semana.
Ella arrugó la nariz al tiempo que ahogaba un gemido, y Pedro tuvo que reprimir otra carcajada.
–Viendo tus anteriores trabajos, estoy seguro de que querrás darlo mejor de tí en esta campaña. Podrás estar de regreso en casa para celebrar la Navidad.
Apelar a su orgullo profesional era un táctica infalible.
–De acuerdo. Lo haré –aceptó entre dientes.
–Una cosa más... –añadió él–. En ese tiempo tendremos que vivir juntos.
Paula miró a Pedro sin poder creerse lo que estaba oyendo. Aquel surfista arrogante y chulesco de ojos azules y pelo rubio la estaba chantajeando. Se cruzó de brazos y se recostó en el asiento mientras le clavaba una mirada de incredulidad.
–Nunca pensé que Pedro Alfonso tuviera que recurrir al chantaje para conseguir que una mujer viviera con él.
Los ojos de Pedro se iluminaron con un brillo de admiración que a Paula no le gustó nada. No quería recordar cómo la había mirado en Capri, con aquella expresión de indulgencia que rayaba en laadoración. Pero por mucho que la admirara se había largado, y ella haría bien en recordarlo. Por desgracia, no podía decirle que se largara con su proyecto a otra parte, pues necesitaba desesperadamente el dinero.
–Chantaje es una palabra muy dura... –dijo él, apoyando los brazos en la mesa. Su imponente presencia parecía llenar el espacio y Paula sintió que le faltaba el aire–. Yo lo llamaría más bien un pocode... Persuasión.
Aquella voz, profunda e irresistiblemente varonil, capaz de competir con la de Sean Connery, haría estremecerse a cualquier mujer y hacerse replantear su virginidad a más de una beata. Si Pedro decidía emplear todo su arsenal de seducción, no habría la menor posibilidad de resistencia. Era terriblemente desalentador que, al cabo de ocho años en los que había podido sacárselo de la cabeza hasta el punto de poder trabajar para él sin inmutarse cada vez que veía su foto o recibía un email, todo saltara por los aires al oír de nuevo aquella voz.
–Además, vivir juntos durante esa semana es lo más lógico. Mi casa tiene muchas habitaciones libres y estaremos trabajando todo el día.
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