–¿Por qué?
–¿A qué vienen todas estas preguntas? –dejó la taza en la mesa más cercana. Las manos le temblaban–. Siento decepcionarte, pero no voy a decirte que he permanecido sola todos estos años por tí.
Los ojos de Pedro se abrieron desorbitadamente en una mueca de horror.
–¡Yo no quiero eso! –se frotó la nuca en un gesto familiar–. Pero tengo la impresión de que nos estamos evitando. Trabajamos, charlamos de vez en cuando y nos retiramos a nuestras habitaciones, nada más. Pero verte con Violeta me hizo pensar...
Paula no debería preguntárselo. No debería, no debería, no debería.
–¿Pensar en qué?
Sí, se lo había preguntado.
–En cómo era posible que la mujer tan hermosa y apasionada que conocí en Capri no tuviera algo serio con algún tipo listo.
«¿Con alguien más listo que tú?», quiso preguntarle, pero contó en silencio hasta cinco antes de decir nada.
–A lo mejor no quiero tener nada serio con nadie... ¿No se te ha ocurrido que puedo estar muy contenta con mi vida tal como es?
–¿Lo estás?
Paula se puso tensa cuando él alargó la mano y la tocó entre lascejas con la punta del dedo.
–Porque este ceño fruncido me dice lo contrario...
Conmovida e irritada a partes iguales por su perspicacia, le apartó la mano.
–¿Desde cuándo eres tan observador?
–¿La verdad?
Ella agarró la taza y tomó un sorbo lentamente mientras asentía.
–Con Violeta te brillaba tanto la cara como en Capri. Alegre y despreocupada, como si nada te afectase –la miró atentamente, como si buscase su aprobación para continuar–. Al principio creía que estabas molesta conmigo y por la forma en que te traté, pero luego me dí cuenta de que hay algo más –le agarró la mano y se la apretó antes de que ella pudiera protestar–. Sabes que puedes contármelo, ¿Verdad?
Oh, oh... Paula podía lidiar con el Pedro burlón y seductor, pero con aquella nueva versión más sensible y empática ya no estaba tansegura.
–Deberíamos acabar la página principal de la web...
Él le apretó la mano con más fuerza.
–Cuéntamelo.
–Vaya, qué mandón eres, ¿No? –respiró profundamente.
No quería contárselo, pero sabía que no la dejaría en paz hasta que lo hiciera. En Capri había sido igual, atosigándola para que cenara con él y para pasear después por la playa a la luz de la luna. Sus miradas intensas y sus arrebatadoras sonrisas habían demostrado ser irresistibles. Y de nuevo se repetía la historia.
–Se trata de mi madre –le confesó–. Padece esclerosis lateral amiotrófica.
El horror y la tristeza se reflejaron en las facciones de Pedro.
–Lo siento, cariño...
–Yo también –se mordió el labio e intentó contener el escozor de los ojos.
Había derramado suficientes lágrimas para anegar Australia, pero eso no cambiaba nada. La espantosa enfermedad estaba consumiendo el sistema nervioso de su madre, neurona a neurona.
–¿No se puede hacer nada?
No hay comentarios:
Publicar un comentario