lunes, 30 de diciembre de 2024

Busco Prometida: Capítulo 20

 —Sí. Te tocaré solo cuando quieras y solo si te sientes cómoda.


—¿Y qué pasa si tenemos que besarnos?


—¿Te sentirías cómoda besándonos?


Paula pensó en el beso en la mejilla y en cuánto había deseado que sus labios se rozaran.


—Sí.


«Tratándose de tí», pensó, aunque no lo dijo. Nunca había besado de verdad a nadie, nunca había querido, así que ese deseo le resultaba extraño, preocupante e increíblemente apasionante.


—¿Y tú qué opinas? ¿Hay algo que no debería hacer? —preguntó ruborizada.


—No, por mí no hay ningún problema.


Claro, ¡Normal! Porque, a diferencia de ella, él tenía experiencia.


—Bueno, entonces… Sí. Nos daremos la mano y nos acariciaremos, y habrá algún que otro beso. Para que la gente lo vea. Perfecto.


Él estaba conteniendo la risa.


—¿Qué?


—Todo irá bien, Paula.


«Ojalá».


Recorrieron el resto del trayecto en un agradable silencio. Hacer público el compromiso era un movimiento audaz que debería haberla asustado. Sin embargo, no tenía ningún miedo. Lo único que sentía era esa corriente constante entre Pedro y ella. Llegaron a la puerta de uno de los muchos almacenes convertidos en modernas obras maestras, y cuando él le plantó su cálida mano entre los omóplatos para instarla a entrar, ella tuvo que contener el temblor que le produjo el roce.


—No me puedo creer que hayas conseguido mesa aquí —dijo Paula.


—No hay nada que yo no pueda hacer.


—No mires, pero creo que por ahí viene tu humildad —bromeó ella.


A él se le arrugaron las comisuras de los ojos, aunque seguía sin sonreír. No podía culpar a Pedro por su arrogancia; el restaurante con estrella Michelin tenía una lista de espera de meses. Era un lugar de moda, así que seguro que ya habría fotos de los dos entrando juntos.


—Señor Alfonso —dijo la recepcionista del restaurante—. Su mesa está por aquí.


Cuando Pedro le dió la mano, un agradable cosquilleo le recorrió el brazo a Paula, que se plantó una sonrisa y fue con él hasta la mesa, situada en el pequeño balcón de la planta superior. Desde ahí podrían mantener su conversación en privado aunque todos los presentes en el restaurante estuvieran viéndolos. Él le retiró la silla y la besó en la mejilla una vez ella se sentó. Después se sentó él. La recepcionista esbozó una sonrisita cuando les entregó las cartas y se retiró.

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