—Con esa cena solo quería acercaros para que hablaran.
—Y funcionó —susurró, agarrándole la mano para darle un beso—. Mira, Paula. Sé que estás enfadada conmigo y no espero que lo que yo diga ahora cambie nada. No puedo borrar el pasado, pero quiero que te quedes conmigo y que me des otra oportunidad.
—Pedro, no veo cómo...
—No voy a aceptar el puesto de fiscal del distrito.
—Pero yo creía que...
—Sé que debería haberlo hablado contigo, pero no quería que te preocuparas.
—Yo no...
—Te habrías preocupado —afirmó él.
—Bueno, tal vez un poco. ¿Qué te ha hecho cambiar de opinión?
—Tú me has ayudado a darme cuenta de lo que verdaderamente importa. Y eso es nuestro matrimonio, nuestros hijos y nuestra familia — dijo, dándole un beso en la frente—. Yo no quería ese trabajo, nunca lo quise, pero cuando Gustavo me dijo que mi padre le había preguntado si yo podría hacerlo bien, me decidí a que se lo demostraría, pero ya no importa.
—¿Cuándo lo has decidido?
—Esta noche. He pensado mucho mientras caminaba de arriba abajo por la sala de espera.
—Y si no aceptas el puesto de fiscal del distrito, ¿Qué harás?
—No lo sé. Podría ejercer con mi padre o podría crear mi propio bufete. No lo he pensado mucho porque he estado demasiado ocupado preocupándome por mis hijos y por tí. Ustedes son lo más importante para mí. ¿Me darás otra oportunidad?
Paula se miró las manos, sin saber si podría tomar una decisión imparcial con Pedro tan cerca de sus labios. ¿Cómo podría hacerlo si lo amaba más que a la vida misma? Sin embargo, sabía por experiencia que los hombres a menudo toman decisiones precipitadas que no tenían intención de cumplir.
—Pedro, por mucho que quiera creerte, no...
—Paula, cariño. Sé que lo he estropeado todo y que tardaré mucho tiempo en conseguir que todo esté como antes. No te pido más de lo que me puedas dar, pero no puedo soportar perderte. El mañana sin tí es mucho peor que pensar lo que les podría pasar a nuestros hijos.
—No creo que este sea buen momento para...
—Paula, me tienes de rodillas. ¿Quieres que ahora te lo suplique? Lo haré si es eso lo que quieres.
—No, no lo hagas, Pedro. No tienes que suplicar. Lo único que he querido siempre es que me ames.
—Te amo.
—Abrázame, por favor —susurró ella, con los ojos llenos de lágrimas.
Pedro le tomó la cara entre las manos y la besó dulcemente.
—Encantado.
Con esto, la tomó en brazos y la estrechó con fuerza contra su pecho.
—Eres lo mejor que me ha ocurrido en toda mi vida —añadió.
—Lo sé —replicó ella, con una sonrisa burlona.
—¡Y qué modesta eres! No me extraña que me haya enamorado de tí y que te ame tanto.
—Yo también te amo.
—Nunca quise que ocurriera esto entre nosotros. Cuando me enteré de lo que había ocurrido en la clínica de fertilización, pensé que bastaría con poner un pleito, pero ahora creo que les mandaré una nota de agradecimiento.
Entonces, se inclinó sobre ella y la besó. Paula separó los labios y aceptó aquel gesto como la promesa de un amor duradero. Cuando Pedro rompió el beso, ella ya no sintió más dudas. Entonces, él le dió un beso en la sien y volvió a abrazarla. Paula se sintió feliz y relajada. Sabía que Pedro era la persona que siempre había estado buscando. Era su marido y el hombre que amaba, hiciera lo que hiciera o vivieran donde vivieran.
—¿Qué te parece si entramos en esa sala para ver al resto de nuestra familia, papá?
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