—De nuevo, ¿Debería tomármelo como un insulto?
—Desde luego que no. Además, no creo que pudiera insultarte.
—¿Y eso por qué?
—Porque, para sentirte insultado, tendría que importarte lo que piense la gente, y algo me dice que eso te da igual.
—Qué astuta.
Que Pedro se lo confirmara le indicó que podía confiar en ese hombre. Porque si le daba igual lo que pensara la gente, no había motivos para que fuera deshonesto o mentiroso. Él estaba pasándolo bien con Paula además de esforzándose mucho por ignorar la atracción que sentía.
—Aun así, todo el mundo habla de Helios —dijo ella antes de dar un trago de vino sin dejar de mirarlo a los ojos.
Esa adquisición había sido una pesadilla. La empresa había tenido potencial, pero Pedro había tenido que limpiarla de arriba abajo.
—Me lo imagino —respondió él mirando tras ella y fijándose en que Javier, que se había unido a otro grupo, estaba mirándola con furia.
—Parece que a tu novio no le hace ninguna gracia que estés hablando conmigo.
—No es mi novio —contestó ella con rotundidad y rabia.
—Lo siento. Creía que estabais juntos.
—Tú y todos los demás.
El tono de Paula, antes animado, se tiñó de desesperanza. Ahí pasaba algo. Un instinto que Pedro había creído enterrado hacía mucho tiempo salió a la superficie.
—Agarra tu copa y sígueme —dijo él dirigiéndose al balcón con vistas al espectacular puente.
Una vez los dos estuvieron apoyados en la barandilla, supo que, fuera cual fuera la situación en la que se encontraba Paula, ella no lo revelaría con facilidad. Por eso él tenía que ofrecerle algo con lo que ganarse su confianza…
Paula se había esperado que Pedro le preguntara por lo que acababa de presenciar en el salón, pero él no dijo nada al respecto.
—Durante un tiempo todo el mundo pensaba que mi vida era todo lo buena que podía ser teniendo en cuenta dónde vivía —dijo Pedro mirando al agua.
—¿Y no lo era?
—Ni por asomo.
—¿Qué hiciste? —preguntó Paula pensando que tal vez hubiera encontrado a alguien que entendiera por lo que estaba pasando. Lo que necesitaba.
—Todo lo que pude por salir de allí.
Se giró hacia ella y añadió:
—Para vivir según mis normas. Para tener libertad y paz.
Paula quería lo mismo. Desesperadamente. No sabía lo que Pedro había visto en su expresión cuando le había dicho que lo acompañara afuera, pero no se había esperado que le ofreciera esas palabras de fuerza. Que le ofreciera un pedacito de sí mismo. Amabilidad. Antes de poder contenerse, de plantearse que solo hacía unos minutos que lo conocía, Paula se vió contándole su situación a ese hombre que la hacía sentirse tan inexplicablemente cómoda.
—Mi padre me concertó un matrimonio con Javier y tengo que casarme con él. Es lo que quiere mi hermano.
—Eres una moneda de cambio.
—Básicamente.
—¿Y tú qué quieres?
No hay comentarios:
Publicar un comentario