Paula no pudo culpar a Pedro por no cumplir con su palabra. A lo largo de las semanas que habían pasado desde que habían hecho el amor y ella había tenido aquel sobresalto, le habían pasado inmediatamente sus llamadas. Se había molestado más de lo necesario para que ella descansara y había contratado a una mujer que iba dos veces a la semana a la casa para que cocinara y limpiara para que su esposa no tuviera que hacer nada. Además, la llamaba varias veces al día. A pesar de todo, ocurría algo porque lo notaba distante. Se acarició el abultado vientre. No podía culparlo por no encontrarla deseable. Estaba en su octavo mes de embarazo y había engordado casi veinte kilos. Como para ser la fantasía de un hombre. No obstante, había deseado durante tanto tiempo un hijo, que estaba dispuesta a pagar cualquier precio por ello. Sin embargo, deseaba también a Pedro. Añoraba sus besos. Quería que él volviera a hacerle el amor. A pesar de que solo hacía unas cuantas semanas, parecía una eternidad. Cuando oyó que él abría la puerta, se levantó del sofá. Cuando Pedro cerró la puerta, la miró. La calidez que ella vio en sus ojos le dió esperanzas, pero entonces tosió y dejó varias cajas de comida china encima de la mesa.
—Supongo que la luna de miel se ha terminado —susurró ella.
—¿Qué has dicho?
—Ya me has oído.
—Sí, pero no entiendo por qué dices eso.
—Hace semanas desde la última vez que llegaste a casa y pasaste algún tiempo conmigo. ¿Qué crees que piense, Pedro?
—¿Qué te parece la verdad?
—¿Y cuál es?
—Que estoy trabajando mucho.
—Eso es lo que decía mi ex. Tendrás que inventarte otra cosa.
—Ya te he dicho muchas veces que yo no soy tu ex y que no pienso pagar por lo que él hizo. Siento mucho que no me creas, pero te he dicho la verdad —replicó, acercándose a ella.
—Lo siento, Pedro, no quiero discutir. No quería acusarte de nada — musitó. No le gustaba mostrarse tan insegura, pero aquel último mes le había recordado mucho a su vida con su ex marido—. ¿Podríamos charlar un poco, por favor?
—¿Y de qué quieres que hablemos? —preguntó él, mientras se sentaban en el sofá.
—Sé que, al principio, este matrimonio no era nada más que un arreglo por el bien de nuestros hijos.
—No. Eso no es necesariamente así. Sabías que yo quería tener un matrimonio tan real como fuera posible. Quería que funcionara.
Paula tragó saliva para tranquilizarse. No había podido evitar darse cuenta de que Pedro había hablado en pasado. ¿Había cambiado de opinión?
—Es cierto —dijo ella, aunque era consciente de que su matrimonio nunca había sido convencional—. Lo que quiero decir es que, si hay alguien más, otra mujer, me gustaría saberlo.
—¡Maldita sea! Estoy matándome a trabajar por nosotros. No hay ninguna otra mujer. No me puedo creer que pienses que nuestro matrimonio significa tan poco para mí que estaría con otra persona cuando tú estás embarazada de mis hijos.
—Ya no sé lo que pensar —susurró ella, cubriéndose la cara con las manos.
—O me crees o no me crees —replicó Pedro, apartándole las manos.
Al mirarlo a los ojos, Paula supo que se había equivocado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario