—Vamos a hacerlo —dijo sorprendida consigo misma por la firmeza de su voz.
Una pequeña curva se dibujó en la boca de Pedro y ella se quedó muda al ver su rostro adoptar esa expresión tan pícara.
—Te recojo mañana por la tarde. A las siete. Ponte un vestido con el que te gustaría que te fotografiasen.
Pedro le guiñó un ojo y la besó en la mejilla. Distintas sensaciones estallaron dentro de Paula, pero antes de que ella pudiera girar la cara para, tal vez, devolverle el beso, él ya se había apartado. Al instante salió por la puerta dejándola allí, nerviosa, excitada y temblorosa. Un vestido con el que le gustaría que la fotografiasen. En circunstancias normales habría sido una decisión sencilla, pero no esa noche.
Paula estaba en su enorme vestidor ojeando hileras de preciosos vestidos comprados en las pasarelas de todo el mundo, pero ninguno le encajaba. Era una noche de una importancia descomunal porque suponía el primer paso para recuperar su vida, para salir de ese pozo de desesperación y frustración. ¿Acaso había algún vestido apropiado para semejante ocasión? Una parte de ella se preguntaba si a Pedro le gustaría lo que se pusiera, pero eso no debería importarle. Lo que tenían era una farsa. Sin embargo, cuando pensaba en el beso en el despacho, por muy inocente que hubiera sido, no podía negar que se sentía atraída por él. De hecho, por un instante había querido que la besara en los labios. Y tenía sentido. Pedro era guapísimo, pensó mientras se ponía un vestido. «Este es», se dijo. El vestido que luciría para anunciar su relación con Pedro ante el mundo… Y su hermano. Una punzada de culpabilidad le atravesó el pecho. Iba a dejar que Pedro la utilizara para ganarse a Gonzalo y abrirse camino en ese elitista círculo de empresarios. Una vocecilla le dijo que las buenas hermanas no hacían esas cosas. Pero ¿Y los buenos hermanos qué? ¿Dejaban a sus hermanas a merced de un depredador? No. Por eso no tenía elección.
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