—Bueno, mis padres no estaban allí porque yo no los invité.
—¿Por qué no?
—Es muy complicado...
Como aquella noche lo iba a ser. Si Paula supiera lo guapa que estaba con el cabello extendido por la almohada, lo mucho que deseaba tomarla entre sus brazos y hacerle lenta y dulcemente el amor, llamaría a Emergencias. Decidió que, a pesar de lo que sintiera, no quería asustarla, después de que ella había accedido a compartir la cama con él aquella noche. No era lo que esperaba, pero al menos era un inicio. Pedro se tumbó a su vez en el lado opuesto de la cama y apagó la lámpara de la mesilla de noche. Entonces, se desabrochó y se quitó los vaqueros, preguntándose si ella lo estaba observando o se habría dado la vuelta.
—No estoy segura de comprenderlo. Estamos hablando de tus padres.
—Mira, Paula, tal vez tus padres se preocuparan mucho por tí, pero no todas las familias son así. Espero que baste con decirte que no invitarlos ha sido lo mejor.
—¿Te avergüenzas de mí?
—Claro que no.
—¿Vas a hablarles sobre mí?
Pedro no estaba seguro de que pudiera hacerlo ni de que quisiera escarbar en el pasado, pero principalmente no estaba listo para que ella supiera cómo era el hombre con el que se había casado. Al fin tendría que escuchar la verdad y un día él mismo se la contaría para que pudieran progresar en la vida. Sin embargo, temía que, cuando lo supiera todo, sentiría tanta repugnancia hacia él como sentía hacia sí mismo. Entonces, tal vez decidiría que había sido un error casarse con él. No podía decírselo. No quería hablar del pasado. Todavía no. Solo había un modo en el que podría apartarse de aquellos pensamientos. Recordó que le había prometido no presionarla, pero si un beso o dos era lo que necesitaba en aquellos momentos para no tener que hablarle de su pasado, eso sería lo que haría. Solo para distraerla. Nada más. La estrechó entre sus brazos y le mordisqueó suavemente el labio inferior. Cuando ella suspiró, se apartó rápidamente.
—Mis padres ya han tenido bastante conmigo. Siempre estaba metiéndome en líos.
—Eso es algo que les pasa a muchos chicos.
Apretó la boca contra la de Paula una vez más, rodeándole la cintura con el brazo y estrechándola contra su cuerpo hasta que estuvieron unidos desde el pecho hasta los pies.
—Pedro, no podemos hacer nada —susurró ella, tras separar sus labios de los de él.
—Sé que no podemos, no completamente, pero déjame tocarte — musitó, acariciándole suavemente la espalda con los dedos, encantado de que ella se echara a temblar.
—¿Qué clase de cosas hiciste?
—¿Hacer? —preguntó Pedro.
Le estaba costando mucho concentrarse en nada excepto en el modo en que los dedos de Paula se le enredaban con el vello del pecho.
—¿Te metiste en líos?
La vergüenza se apoderó de él. No podía decirle que le habían sorprendido arrojando huevos a los coches, pintando graffitti o rompiendo farolas. No en aquellos momentos. No cuando Paula estaba empezando por fin a aceptarlo.
—Hice todo lo posible por captar la atención.
—¿La atención de quién?
No hay comentarios:
Publicar un comentario