viernes, 20 de diciembre de 2024

Nuestros Bebés: Capítulo 76

Después de lo que pareció una eternidad, una enfermera salió del quirófano y se acercó a Pedro. Su seria expresión no presagiaba nada bueno.


—¿Se encuentra Paula bien?


—El médico está terminando de tratar a su esposa. Tardará un rato en ir a Recuperación para que pueda verla.


—¿Y los niños?


—Tiene dos hijos hermosísimos.


Pedro sintió que se le doblaban las rodillas y tuvo que apoyarse en una silla cercana.


—¿Se encuentra bien?


—No... Sí... No lo sé... Estoy...


—Lo entiendo. El mayor de los dos pesa casi dos kilos y medio y está perfectamente. El segundo, pesa unos dos kilos, pero está teniendo algunos problemas respiratorios, por lo que lo hemos puesto en un respirador.


—¿En un respirador? —preguntó Pedro, aterrado.


—Sí, lo ayudará a respirar hasta que la medicación que le hemos administrado surta efecto y pueda hacerlo solo.


—Y eso terminará por ocurrir, ¿Verdad? Es decir, lo de la incubadora es solo temporal, ¿Verdad?


—Debería serlo, a no ser que surjan complicaciones. Los médicos hablarán con usted cuando hayan terminado de atender a los niños y a la madre.


—Quiero verlos.


—Están en la unidad de neonatos.


—¿A qué se debe la diferencia de peso? 


—No es extraño que el más fuerte se haga con la mayor parte del alimento —le dijo la enfermera, mientras abría unas puertas dobles—. Esta es la sección de neonatos y ese —añadió, señalando una de las incubadoras—, es su hijo mayor. Como puede ver, no ha requerido ningún tipo de ayuda para respirar. Dentro de unos pocos minutos podrá regresar para verlo. Ahora lo acompañaré a la sección donde están los más delicados para que pueda ver a su otro hijo.


Las palabras de la enfermera no alarmaron a Pedro tanto como lo que no le había dicho. Miró la incubadora, alarmado por lo pequeño que era el niño. El pequeño lloraba estrepitosamente, por lo que deseó poder tomarlo en brazos, pero la enfermera, con un toque en el hombro, le recordó que tenía otro hijo, más pequeño y más débil aún, que también lo necesitaba.


—Es ese de allí —le indicó, desde una ventana—. Antes de entrar a verlo, necesita lavarse y ponerse una bata estéril.


Pedro siguió a la enfermera a través de un nuevo juego de puertas. El fuerte olor del antiséptico flotaba en el aire. Una serie de monitores, que alertaban al equipo médico de cualquier cambio, no dejaban de parpadear y de sonar. Tras hacer todo lo que la enfermera le había pedido, pudo pasar a ver a su hijo. Sintió que le fallaban las piernas cuando vio que era poco más grande que su mano. Un gorrito le cubría una cabecita que era más pequeña que su puño. Todo lo que había leído le habían preparado para muchas cosas, pero no para el amor incondicional que sintió al mirar la carita de aquel ser por primera vez. La pequeñez del niño y su estado le oprimía el corazón. Nunca había sentido una necesidad tan fuerte de proteger a alguien. No podía cambiar lo que había ocurrido hacía quince años, pero las cosas habían cambiado. Él mismo había cambiado. Vió que el niño tenía un tubo pegado a la boquita. El otro lado estaba conectado con una máquina que se parecía a un ventilador y que hacía un ruido constante que concordaba exactamente con el movimiento del pechito del niño. En aquel momento, un médico se acercó a la incubadora y comprobó que todo funcionaba correctamente antes de anotar los datos en un gráfico.


—¿Cómo está?

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