Cuando él comenzó a darle ligeros besos a lo largo de la mandíbula, Paula arqueó el cuello para que pudiera hacerlo con más facilidad. Deseaba sus caricias, su boca, sus manos... Se recordó que desear que Pedro sintiera algo por ella no haría que ocurriera aquello. Su matrimonio podría seguir siendo igual, es decir, nada más que un acuerdo por el bien de los niños. Incluso hacer el amor no lo cambiaría, pero cuando él la besó de un modo que expresaba un deseo negado durante mucho tiempo, se olvidó de todo menos de él. Se abrazó a él, deseando que no terminara nunca aquel momento. Lo deseaba tanto que la asustaba y, finalmente, tuvo que admitir que no quería que él se detuviera. Cuando terminó el beso, se acurrucó un poco más contra él para evitar que él viera su desilusión, pero él volvió a besarla. No tenía sentido, pero era tan agradable... Su matrimonio no había nacido por amor, pero, contra todo pronóstico, había terminado enamorándose. Ya no le bastaba con que él la abrazara. Quería mucho más, como que no se hubiera casado con ella solo porque le hubiera dado dos niños. Quería que la deseara, que la amara... Separó dulcemente los labios debajo de los de Pedro al sentir que él empezaba a acariciarle los pechos, excitando hasta lo imposible su piel. Sentir su aliento contra su cuerpo la encendía y la excitaba. Entonces, fue bajando poco a poco, hasta tomar entre sus labios la cima de su pecho. Ella gimió de placer y se aferró a él con fuerza. No podía respirar, ni pensar, ni sentir nada más allá de lo que las manos y la boca de él le transmitían. Justo cuando pensaba que ya no podía soportar más aquella intensidad, él se apartó con una expresión de dolor en el rostro.
—No podemos hacer eso, ¿No es verdad?
—En mi última cita, el doctor Rollins me dijo que no había motivo para no hacerlo.
—No quiero hacerte daño —susurró él, acariciándola suavemente.
—Si es así, te lo diré.
Cuando Pedro comenzó a abrirle la bata, ella le detuvo el brazo.
—Apaga la luz. No quiero que me veas así.
—Pero yo deseo verte. Ya me he perdido tanto... Por favor, déjame tener esto.
Cuando le tiró un poco más del albornoz, Paula no trató de detenerlo. Pedro la miraba muy atentamente, aunque sus inmutables rasgos no revelaban nada de lo que sentía. Le tocó el vientre casi reverentemente, a pesar de que ella hubiera preferido cubrirse.
—Eres más hermosa de lo que me había imaginado...
Aquellas palabras hicieron que el corazón se le desbocara y que agradeciera sentir la boca de él sobre la suya y el roce de su mano sobre sus pechos. Los dedos de Pedro empezaron a explorar, al principio muy delicadamente para luego hacerse más osados poco a poco. Como consecuencia de aquellas caricias, el cuerpo de Paula vibró de necesidad. Pensó que se rompería en un millón de pedazos cuando él prosiguió el asalto con la boca, pero no fue así. Trató de desabrocharle los botones de los vaqueros, pero, finalmente, tuvo que hacerlo él mismo. Pedro era impresionante en todos los aspectos. El roce de su piel hacía que ella deseara mucho más. Le acarició incesantemente el torso hasta que le dió la bienvenida al interior de su cuerpo.
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