miércoles, 18 de diciembre de 2024

Nuestros Bebés: Capítulo 73

 —No habría nada que Ana quisiera más, pero Pedro y yo no podemos estar en la misma sala sin discutir.


—Llevo a sus nietos en mi vientre. Quiero que tengan una familia y eso incluye a los abuelos. Quiero que comamos juntos los domingos y las fiestas familiares. El único modo de que eso ocurra es que Pedro y tú hagan las paces.


—Pedro sabe dónde encontrarme.


—¿Por qué tiene que ser Pedro quien dé el primer paso? —preguntó ella, notando las similitudes entre padre e hijo.


—Bueno, no veo por qué tengo que ser yo —replicó Horacio, mientras se ponía de pie y se alejaba de ella—. No sé lo que te ha contado, pero han pasado muchas cosas entre nosotros.


—¿Me prometes que lo intentarás por lo menos?


—No te puedo garantizar nada. Pedro es...


—Muy parecido a tí. Ahora ya veo de dónde ha sacado su orgullo.


—Sí, supongo que tienes razón. ¿Por qué no llamaste a la madre de Pedro para hablar sobre esto?


—No puedo hacer que Pedro haga nada que no quiera hacer y creí que tendría más posibilidades de éxito si venía a hablar contigo en vez de con tu esposa.


—De acuerdo —respondió Horacio, sin poder evitar una sonrisa—. Iremos.


—Estupendo. ¿Te parece bien el viernes por la noche a las siete?


Paula no se engañó. Seguramente una cena no conseguiría que Horacio olvidara o que Pedro se perdonara a sí mismo. Sin embargo, ella tampoco había tenido muchas posibilidades de quedarse embarazada y lo había conseguido.


Pedro entró rápidamente en la casa, preocupado por el críptico mensaje de Paula y porque el coche de su hermano estuviera a la puerta significaran que algo iba mal. Oyó voces desde la cocina y apretó el paso. Entonces, se detuvo en seco cuando vió que su padre estaba sentado a la cabecera de la mesa, como si aquella fuera su casa. Su madre estaba al lado de Horacio, con una sonrisa forzada. A su lado estaban Federico y Mariana. Los dos tenían un aspecto algo culpable. Al otro lado de la mesa estaba Paula, tan contenta como si acabara de ganar un premio.


—Pedro... —dijo ella, poniéndose de pie con mucho trabajo.


—¿Qué es lo que está pasando aquí? ¿Por qué está mi familia aquí?


—Pedro, por favor. Yo los he invitado a cenar. Quería que todos estuviéramos juntos para que pudiéramos conocernos.


—No creo que esto sea...


—Es solo una cena. Ya veremos lo que pasa después. Será divertido. Ya lo verás.


—No esperes milagros. Hay muchas cosas que tú no sabes.


—Todo se solucionará.


—Pedro —dijo Ana, mientras pasaba la ensalada alrededor de la mesa—, Paula es exactamente lo que has necesitado todos estos años.


Pedro consideró las palabras de su madre. Solo la perspectiva de necesitar a Paula lo turbaba. Era una mujer amable y con capacidad para perdonar. Era muchas cosas además de eso, pero no podía curar las heridas de una familia con solo una cena o borrar su turbio pasado. A pesar de todo se sentó a cenar. Federico y Horacio se las arreglaron para llevar la conversación al terreno de la política.


—¿Sabes una cosa, Paula? Me alegro de que hayan decidido casarse —comentó Horacio, mientras cortaba un trozo de filete—. Y es un momento estupendo para tener hijos. Todo resulta muy ventajoso para el futuro de Pedro.


—No comprendo. ¿Cómo podía ser bueno para el trabajo de Pedro que se casara?


Federico se aclaró la garganta.


—La cena está deliciosa. ¿A qué sí, Mariana?


Cuando Mariana no respondió inmediatamente, Federico le dió un codazo.


—¡Sí, claro que sí! Muy buena.


—Horacio, me prometiste que... —susurró Ana, frunciendo el ceño. 

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