Pedro se tomó su tiempo, prolongando las sensaciones hasta que ella quiso gritar. Con cada gemido, con cada suspiro, él se aseguraba que no la estuviera haciendo daño y de que le gustaba lo que estaba haciendo. Por fin, debió de haber sentido que Paula llegaba al borde del éxtasis porque se deslizó una de las piernas de ella por encima de la cadera y le hizo alcanzar el placer entre sus brazos. Más tarde, satisfecha y exhausta, se acurrucó contra su pecho y sonrió al sentir la fuerza con la que él la abrazaba.
—Lo siento, Paula —susurró él—. Traté de tener mucho cuidado, pero creo que fui un poco brusco. ¿Te he hecho daño?
—No, no. Ha estado bien.
De hecho, mucho mejor que bien. Pedro había sido muy paciente. Se había ocupado primero de sus necesidades y le había hecho cosas que ella nunca había experimentado antes. Aunque ella no había planeado que hicieran el amor, no lo sentía, aunque sus tiernas caricias habían hecho que se enamorara perdidamente de él. Aunque estaba más decidida que nunca a hacer que su matrimonio funcionara, no pudo evitar preguntarse si él se habría casado con ella porque había empezado a tener ciertos sentimientos o si solo lo habría hecho por el niño que perdió hacía tanto tiempo. ¿Descubriría alguna vez por cuál de las dos había sido? ¿Encontrarían alguna vez la felicidad juntos?
Pedro entró corriendo por la puerta principal. Se alegraba mucho de estar en casa y, automáticamente, buscó con la mirada a Paula. La encontró dormida en el sofá.
—Hola, preciosa —le dijo, mientras se inclinaba para besarla.
—Hola —susurró ella, desperezándose.
—Te llamé antes, pero no me contestaste. La próxima vez que salgas a ver cómo están los gatitos recién nacidos, ¿Te importaría llevarte el teléfono móvil para que yo no tenga que preocuparme?
—No fui al granero. Fui a ver al doctor Rollins.
—¿Es que tenías cita hoy?
—No.
—¿Qué es lo que ocurre? —preguntó él, al notar que estaba un poco pálida—. ¿Es que no te encuentras bien? ¿Es por lo de anoche?
—El doctor Rollins me aseguró que, probablemente, no sea nada.
—¿Es que has vuelto a sangrar?
—No. He tenido contracciones. Empecé a tenerlas aproximadamente a las diez de esta mañana.
—¿Y por qué no me llamaste?
—Lo hice, pero tu secretaria me dijo que estabas en una reunión y que habías pedido que no te molestaran.
—Eso nunca se te aplica a tí. La próxima vez, llámame al teléfono móvil.
—Lo hice, pero no me contestaste.
—Oh, no... Es cierto. Lo apagué para que no molestara en la reunión... No pensé que... Mañana hablaré con mi secretaria y le diré que, de ahora en adelante, me pase la llamada cuando tú llames, esté donde esté.
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