lunes, 2 de diciembre de 2024

Nuestros Bebés: Capítulo 44

 —¿Que te has pintado las uñas de los pies? Es un color muy bonito — respondió, acercándose a ella y levantándole el pie para inspeccionarlo.


—Gracias —susurró ella, algo abrumada por aquel repentino gesto.


—Bueno —dijo él, dejándole el pie en el sofá y sentándose en el borde, al lado de Paula—, ¿Qué has decidido mientras te pintabas las uñas?


—Que tenías razón. Tarde o temprano, mi jefe habría descubierto que tú eres el padre de mis hijos. Williams es un canalla, pero yo ya me había acostumbrado a él.


—Eso no excusa su comportamiento.


—Es abogado. Todos los abogados son personas muy pagadas de sí mismas... Huy, lo siento.


—Entonces, ¿Me comparas con Williams y con otros como él?


—Tal vez así era antes de que todo esto ocurriera entre nosotros. Ahora, ya no estoy tan segura. Has estado tan ocupado que no hemos pasado mucho tiempo juntos, pero traerme aquí para compartir tu casa conmigo no es lo que yo habría esperado de tí.


—Supongo que tendré que contentarme con eso, por ahora. Siento haber estado fuera tanto tiempo. No me había parado a pensar lo a menudo que te quedas sola.


Al oír aquellas amables palabras, Paula sintió una extraña calidez por dentro y necesitó cambiar de tema.


—Bueno, ¿Cómo va tu juicio?


—Bien.


—¿Quién es el abogado de la defensa?


—Walter Baker, ese nuevo abogado que se mudó aquí desde Houston.


—¿Es tan bueno como he oído?


—Mejor —respondió Pedro, mientras le colocaba un mechón de cabello tras la oreja—. Está haciéndome sudar.


—¿Crees que no vas a ganar? —preguntó ella, para olvidar las sensaciones que aquel gesto causó en ella.


—No lo sé.


—Pero tú siempre ganas —susurró. 


El olor de su colonia, mezclado con su sensualidad, la llenaron de una abrumadora necesidad de acercarse a él y tocarlo.


Pedro sonrió y le acarició suavemente la mejilla con el dedo. Entonces, le miró atentamente la boca.


—¿De verdad?


—Sí —musitó Paula. 


El pulso se le había acelerado profundamente. Entonces, Pedro colocó el brazo sobre el respaldo del sofá, como para evitar seguir tocándola.


—¿Es la habilidad de Walter Baker la que te tiene tan distraído?


—No me había dado cuenta de que fuera tan evidente.


—No has hecho más que picotear la comida y no has pasado más de cinco minutos con el trabajo que te trajiste a casa.


—No se trata de Wade ni del caso —afirmó él. 


Entonces, se levantó y se dirigió a la ventana. 

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