miércoles, 25 de diciembre de 2024

Busco Prometida: Capítulo 8

 —Por tu reputación y porque eres dinero nuevo. A esta gente le resultas demasiado implacable.


Esa fama lo seguía a todas partes. Por norma disfrutaba con ello, pero a veces le ponía muchos obstáculos. Él siempre buscaba la solución más eficiente, y la eficiencia no dejaba tiempo para las emociones. La eficiencia significaba hacerse con una empresa, limpiarla, reducirla a lo esencial y luego hacerla funcionar lo mejor posible. En los negocios no tendría que haber cabida para los sentimientos. Y en cuanto al otro problema, no había mucho que pudiera hacer a parte de casarse con alguien que perteneciera a ese mundo. Sin embargo, el matrimonio no era una opción. Nunca.  Su empresa y su dinero tenían mucha valía, y con eso tendría que bastar.


—Tienes que mostrarles una faceta distinta, Pedro.


—No pienso ablandarme para hacer sentir bien a un puñado de estúpidos elitistas. Soy el mejor en lo mío. Con mi trabajo debería bastarles —dijo sin alzar la voz porque él nunca se permitía mostrar rabia. Podía controlarse. Tenía que hacerlo.


—Debería bastarles, sí, pero atraparás muchas más moscas con miel que con vinagre. No lo olvides. Luego hablamos, tengo que ir a ver a alguien.


Al sentir que lo miraban, Pedro se giró y vió a Paula Chaves. Incluso a la distancia que estaba, y aunque ella desvió la mirada enseguida, pudo ver algo en sus ojos, algo parecido a la rabia. Era una sensación que él conocía demasiado bien. Desde la barra siguió observándola y vió que echó los hombros atrás y alzó la barbilla antes de apartarse de Javier, cuya mirada se endureció en respuesta, y de Gonzalo, que se quedó con gesto de frustración. «Muy interesante», se dijo, absorto, mientras se terminaba la bebida. Pero los dos hombres dejaron de resultarle interesantes una vez esa preciosa mujer, que eclipsaba al resto de la sala con su elegancia y garbo innatos, lo miró y fue hacia él.


—Nunca he visto a nadie parecerse tanto a un cordero que va directo al matadero —comentó Pedro apoyado en la barra.


—Eso es porque no habrás asistido a muchas reuniones como estas —respondió ella con sonrisa educada y tono suave.


—Pedro Alfonso—dijo él alargando la mano.


Ella se rió y Pedro, ante ese musical sonido que le penetró la piel, no pudo más que mirarla.


—Sé quién eres. Y yo soy…


—Paula Chaves—respondió Pedro mirando ese rostro con forma de diamante.


Los cálidos tonos de su piel relucían bajo la luz de la sala y sus ojos, color expreso, eran como unas profundidades insondables; unos espejos negros destelleantes.

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