—¿De qué quieres hablar?
—¿Es eso lo que hacía tanto ruido? —preguntó, señalando la pieza de madera que había montada sobre una máquina. Decidió acercarse a la mesa y vió que había otras tres piezas similares y un rectángulo de madera, parecido a un pesebre pequeño—. ¿Qué es todo esto?
—Todavía no está terminado —susurró él, con una sonrisa.
—¿Estás haciendo una cuna? —afirmó ella, tras examinar cuidadosamente cada pieza.
—Sí —respondió Pedro, apartando la mirada y ocupándose con otras cosas, como si se avergonzara de lo que ella acababa de descubrir.
—No tenía ni idea de que supieras hacer este tipo de cosas, aunque debería haberlo deducido por lo que has hecho con esta casa. Has hecho un trabajo estupendo. Nunca he visto nada tan bonito.
—En cuanto haya terminado esta cuna, empezaré con la otra.
—Un día, nuestros hijos apreciarán mucho todo este trabajo —susurró ella, sintiendo que se le hacía un nudo en la garganta por la emoción.
—Esta es la parte más fácil, lo difícil viene después. He visto a muchos chicos perdidos entre los engranajes del sistema. No saben lo que hacer para pedir ayuda. Normalmente vienen de familias rotas. Por eso estoy decidido a hacer lo que debo por nuestros hijos, por eso quiero formar parte de sus vidas. Quiero que para ellos sea diferente.
—No pienso apartarte de tus hijos. Sé lo mucho que significan para ti.
—Pero no quieres casarte conmigo.
¿Se atrevería a dar aquel paso? Se había casado una vez por amor y todo había terminado en desastre. Si se negaba a dar aquel salto de fe y negaba a Pedro el acceso pleno a su vida, ¿lo haría para proteger a sus hijos o por miedo? Tal vez él y ella nunca compartirían el amor tan especial que tuvieron sus padres, el amor perfecto que ella tanto deseaba, pero sabía que Pedro siempre amaría y protegería a sus hijos. Que estuviera haciéndoles cunas era un ejemplo de ello.
—Sea lo que sea lo que yo decida hacer, quiero darte las gracias por haberles hecho a nuestros hijos estas hermosas cunas.
Sin embargo, cuando se ponía de puntillas para abrazarlo por ello, admitió que el hecho de que él amara a sus hijos no le bastaba. Quería más. Quería un marido que la amara, aunque sabía que a aquellas alturas de su vida solo podía pensar en sus hijos.
—Estoy cubierto de serrín —dijo él, dando un paso atrás—. Te ensuciarás.
No hay comentarios:
Publicar un comentario