—Lo siento, Pedro —musitó—. Me alegro por tí. Creo que todo ocurre por una razón. Solo espero que eso mismo nos ocurra a nosotros un día.
—Ocurrirá, cariño. Ocurrirá —susurró Federico, abrazando a su esposa al tiempo que le daba un beso en la mejilla—. ¿Qué piensas hacer, Pepe?
—Todavía no lo sé.
—¿Y papá y mamá? ¿Lo saben ya?
—No.
—Tienes que decírselo antes de que lo haga otra persona.
—Lo sé, pero no tengo muchas ganas de hacerlo.
—Sí, te entiendo.
—Nos alegramos mucho por tí, Pedro —dijo Mariana, mientras se ponía de pie secándose las lágrimas al mismo tiempo—. Los invitaremos a cenar para que podamos conocerla.
—Gracias. Eso sería estupendo.
Al ver que su hermano se abrazaba a Mariana, Pedro decidió que era el momento de marcharse. Antes de cerrar la puerta, escuchó los sollozos de su cuñada y sintió que se le hacía un nudo en el estómago. Deseó que hubiera algo que él pudiera hacer para suavizar el golpe que les había dado,pero sabía que no era así. Al menos se tenían el uno al otro. Supuso que, a partir de entonces, él tendría a Paula, un pensamiento que le hizo sonreír. ¿Por qué no? Ninguno de los dos tenía a nadie más. Si tenían que pasar el resto de sus vidas juntos, sería muy agradable que pudieran tener lo que Mariana y Federico compartían. Sin embargo, si no podía ser así, al menos Hunter podría hacer lo que debía casándose con Paula. No habría amor, pero criar a sus hijos y darles un hogar feliz sería suficiente. Era lo mejor que podía hacer, lo más adecuado. De repente, se sintió mucho mejor, mejor de lo que se había sentido desde hacía tiempo. Solo tenía que convencerla de que podría ser un buen padre y un buen marido.
Aquel día había sido un desastre. Sola todo el día. Completamente aburrida. Al menos, lo había estado hasta hacía dos horas, cuando Pedro había regresado a casa. A pesar de que seguía algo enfurruñada con él, nunca se había alegrado tanto de ver a alguien en toda su vida. Estaba tumbada en el sofá y fingió estar viendo un programa de televisión, aunque no dejaba de observar cómo él andaba arriba y abajo como un animal enjaulado. Durante el año que había estado trabajando para el señor Williams, había visto a Pedro en acción muchas veces en los despachos y en los juzgados, pero nunca lo había encontrado tan agitado.
—¿Es que tu juicio no va bien?
La mirada de asombro que vio en el rostro de Hunter le dijo que lo había sorprendido. De hecho, no le había hablado desde que él le había pedido que calificara su beso. Si supiera lo mucho que la había turbado aquel beso... No obstante, ni lo sabía entonces ni lo sabría nunca.
—¿Significa esto que ya no estás enfadada? —preguntó él, mientras se mesaba el cabello oscuro, negro como el ébano.
—Sigo disgustada por haber perdido mi trabajo, pero he tenido todo el día para pintarme las uñas de los pies y he podido pensar en todo lo que ocurrió con el señor Williams.
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