—Yo no quería... No sabía que...
—Eso es lo que siento —añadió él, acercándose a Paula—, pero no voy a hacerte hacer nada que no quieras. Es tu decisión. Ahora, nos marcharemos cuando estés lista.
¿Cuando estuviera lista? ¿Lista para qué? ¿Para ir al restaurante? Eso no llevaría mucho tiempo, pero Paula no creía que estuviera nunca lista para Pedro, por todas las cosas que le había dicho y lo que le hacía sentir Y mucho menos por las cosas que, de repente, le había hecho considerar. Siempre había sido una tonta romántica y había puesto en peligro la oportunidad de encontrar un final feliz casándose con él, pero era algo que había decidido hacer por sus hijos. De repente, quería explorar las posibilidades que él había mencionado. Siempre había sido muy cautelosa y había hecho lo correcto, pero ya no podía pensar en aquello cuando pensaba en Pedro. Aunque no podían hacer nada hasta que el médico le diera el visto bueno, no podía apartar de sí el pensamiento de lo que sería pasar una noche en la seguridad de sus brazos.
—Pedro...
—¿Sí?
—Tú dijiste que yo elegiría dónde dormía.
—Efectivamente.
—Quiero dormir en esa cama... Contigo.
Aquella misma noche, más tarde, Pedro se apartó de la cama, todavía turbado por los pensamientos de la noche que le esperaba, por tener a Paula entre sus brazos. Al verla de pie, junto a la puerta del cuarto de baño, se llevó las manos a la camisa. Un personaje de dibujos animados, cuyo nombre no recordaba, destacaba en la parte delantera de la larga camiseta roja que llevaba puesta. Su ropa de dormir no era nada especial, nada de lo que se hubiera esperado para una noche de bodas, pero aquella tampoco era la típica luna de miel. Como tampoco lo era el modo que el corazón de Pedro vibraba al verla.
—Pedro, ¿Me has oído? Te he preguntado por qué tus padres no han venido a nuestra boda.
—Ya te he oído —respondió él, mientras se quitaba la camisa.
No quería tener que hablar de sus padres en su noche de bodas. Ya era suficientemente malo que no pudiera darle la noche que ella se merecía. Hablar del pasado solo acrecentaría la tensión que ya hervía en su interior. Comprendía que no podía hacer el amor a Paula, pero recordar su promesa no evitaba que la deseara. Admitía que era una situación en la que no podía ganar, por lo que trató de olvidarse de aquellos sentimientos y se puso a quitarse los zapatos. Si no encontraba algo con lo que distraerse del modo en que la luz del cuarto de baño dibujaba su cuerpo con todo detalle, iba a tener que ir a dormir a la furgoneta.
—Pedro, ¿Qué es lo que pasa?
—Nada —respondió él, disimulando. No creía que debiera mencionar que mirarla lo excitaba.
—Pedro, ¿Te encuentras bien? —insistió ella, acercándose a él tras apagar la luz del cuarto de baño.
—Claro —mintió.
Tenía que pensar en algo que no fuera el modo en el que la camiseta se le ceñía al cuerpo y se le contoneaba con sus movimientos, revelando unas piernas muy hermosas. Se sacó el cinturón de las trabillas de los vaqueros, mientras ella observaba el proceso de un modo que amenazaba con llevarlo al borde de la locura.
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