Ese nivel de atracción era algo inesperado, y tenía que manejarlo con cautela. No podía perder el control. Había demasiado en juego. Tenía dos objetivos en los que centrarse: Ayudar a Paula y conseguir el acuerdo con Arum. Bajó del coche, se abrochó la chaqueta negra del traje y fue hacia la puerta, que se abrió antes de que pudiera llamar al timbre. Al instante, se quedó en blanco. Ahí estaba Paula, con una sonrisa nerviosa y más preciosa aún de lo que él podía haber imaginado. Las ganas de besarla lo golpearon con tanta fuerza que no supo cómo no se le escapó un grito del impacto.
—¡Pedro! —le dijo ella con demasiado entusiasmo—. Pasa. Voy a por el bolso.
Él cruzó el umbral y, sin poder contenerse, la besó en la mejilla.
—Respira hondo —le susurró al oído—. Y ahora, dame la mano.
Cuando entrelazaron los dedos, Pedro sintió una sensación de lo más peculiar: El corazón se le aceleró y se le ralentizó a la vez. Al cerrar la puerta, vió a Gonzalo detrás, en un rincón.
—¿Es esta tu cita? —preguntó el hermano de Paula con desdén y recelo.
Pedro contuvo la rabia, se le acercó y alargó la mano.
—Pedro Alfonso.
—Ya sé quién eres.
—Bien, entonces sobran las presentaciones.
Gonzalo miró a Paula con furia y Pedro la acercó más a sí.
—¿Esto te parece un juego, Paula?
—Te aseguro que no —contestó Pedro.
—No sé a qué crees que juegas, Alfonso.
—No juego a nada, Gonzalo. Lo único que hago es llevar a cenar a mi preciosa mujer.
—¿Tu mujer? ¿Desde cuándo? ¿Desde anoche?
—Desde hace meses. Lo mantuvimos en secreto porque tu padre le dijo a Paula que encontraría una solución a su situación, pero, desde que él murió, los gritos de ayuda de ella han caído en oídos sordos y por eso he querido que lo nuestro deje de ser secreto.
—¿Es eso verdad, Paula?
—Sí —respondió ella sonriendo.
—¿Dónde se conocieron?
—En la patisserie —respondió Pedro sin dudar y haciendo que Paula sonriera aún más.
—Querrás decir en la «Pastelería».
—Creo que llamarla «Pastelería» no le hace justicia.
Pedro le dió un beso en la cabeza a Paula, que se estremeció. Algo dentro de él se llenó de emoción al ver esa reacción.
—¿Por qué no vas a por el bolso, sol? Vamos a llegar tarde.
Ella asintió y salió por una puerta.
—No sé a qué estás jugando con mi hermana, Alfonso, pero no pienso tolerarlo.
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