—¿Has sentido eso?
—Sí. ¿Han sido los niños? —susurró él, mientras bajaba una mano para tocarle el vientre.
—Sí, efectivamente.
—¿Cuánto tiempo lleva ocurriendo esto?
—Sentí algunos movimientos no mucho tiempo después de que nos casáramos, pero eran ligeros, como las alas de una mariposa. Desde entonces, se han ido haciendo más fuertes. Algunas veces es como si se estuvieran estirando y los movimientos son ligeros y fluidos, pero otras es como ahora y hay una buena serie de patadas.
—¿Por qué no me lo habías dicho? —preguntó él, sonriendo al sentir otra fuerte patada.
Paula se la movió y la colocó justo en el lugar en el que había sentido la actividad del otro niño.
—Tenía la intención de hacerlo, pero siempre estás trabajando. No estaba segura de que quisieras que te molestara.
—Mira, estoy hasta arriba de trabajo, pero eso no significa que no pueda hacer tiempo para tí si hay algo que crees que es importante.
De repente, hizo que Paula se tumbara más horizontalmente y, antes de que ella pudiera saber qué era lo que pensaba hacer, le colocó la mejilla en el vientre.
—Pedro, ¿Quieres hablarme de tu otro hijo?
—Fue hace mucho tiempo. Solo teníamos dieciséis años. Cuando nos enteramos de lo del niño, queríamos casarnos aunque nuestros padres estaban en contra. Sus padres terminaron por convencerla de que diera al niño en adopción, pero entonces tuvo un aborto cuando estaba embarazada de cuatro meses.
—Lo siento —susurró ella, mientras las lágrimas se le deslizaban por las mejillas.
—¿Sabes una cosa? Durante mucho tiempo, creí que la razón por la que había muerto mi hijo era porque no creía que nadie lo quisiera. Las cosas iban tan mal entre Brenda y yo que casi no podíamos hablar sin pelearnos y nuestros padres solo habían hecho que empeoraran las cosas al decidir que no nos viéramos. Yo debería haberme enfrentado a mis padres y debería haber protestado vivamente cuando Brenda decidió dar al niño en adopción. Sin embargo, lo que más sentí fue no haber luchado más por mi hijo. Lo habría criado yo solo si hubiera sido necesario, pero nunca tuve la oportunidad de decírselo. No repetiré el error. Nuestros hijos sabrán lo que siento. ¿Crees que pueden escucharme?
—Creo que sí —susurró ella, cuando logró superar la emoción del momento—. He oído que algunos padres les leen a sus hijos para que aprendan a conocer sus voces.
—Pues escuchen, niños. Soy papá —dijo, dando suavemente en la tripa de Paula, como si estuviera llamando—. Los quiero mucho. Estaré esperándolos cuando llegue la hora de que nazcan.
Paula sintió compasión por el pasado de Pedro. Quiso abrazarlo, aliviar su dolor, pero tuvo que contentarse con acariciarle la cabeza debido a la postura en la que se encontraban. Cerró los ojos y saboreó el contacto de las yemas de los dedos con su espeso cabello. Entonces, supo instintivamente lo que tenía que hacer. Pedro había compartido con ella una parte muy dolorosa de su pasado. ¿Podría ella hacer menos?
—Cada día es diferente con los niños.
—¿En qué sentido? —preguntó él, mientras se incorporaba de nuevo y volvía a tomarla entre sus brazos.
—Esta última semana, han estado despertándome por la noche.
Otra buena patada le sacudió el vientre, justo en la parte que tenía apoyada contra Pedro. Al sentirla, él sonrió. Paula pensó que nunca lo había conocido tan relajado. Algo de lo que vio en su expresión renovó sus esperanzas de que las cosas pudieran funcionar entre ellos.
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