Se sacó ese pensamiento de la cabeza, o al menos lo intentó. Llevaba fracasando desde la noche anterior. No podía sacársela de la cabeza. Paula se le había quedado grabada en la memoria. Las ganas de abrazarla y besarla no eran la razón por la que había ido hasta allí, pero le gustó tener la oportunidad de contemplarla mientras ella, con una amplia sonrisa, le entregaba una caja a un cliente y saludaba al siguiente de la cola. A todos se les iluminaba la cara cuando ella les hablaba. Él, en cambio, solo generaba miedo, ceños fruncidos y mandíbulas apretadas. Lo mejor que podían devolverle eran sonrisas falsas. Pero Paula no era como él. Ella no estaba hecha de oscuridad. Decidió esperar. Lo que tenían que hablar requería de toda su atención. Por eso esperó y observó.
Paula sintió un cosquilleo, una sensación que no había experimentado nunca hasta la noche anterior. No, Pedro no podía estar allí. Serían imaginaciones suyas. Sin embargo, una fugaz mirada a una esquina de la tienda le dijo que no se equivocaba. Pedro estaba en su pastelería, con ese aire de peligrosidad y sin el más mínimo atisbo de sonrisa. ¿Costaría mucho arrancarle una? ¿Estaría guapo sonriendo? ¿Por qué no sonreía? Sin duda, tenía sentido del humor. Cuando Gonzalo y Javier la habían interrogado la noche anterior, ella había respondido que Pedro quería una tarta. Había tenido que aguantarse la risa al verlos con esa expresión de confusión y desconfianza, y había logrado contenerla hasta que, más tarde y ya en su dormitorio, se le había escapado una carcajada. Tendida en la cama, había empezado a pensar en él y había recordado el sonido de su voz llamándola «Sol» hasta que se había quedado dormida. Sirvió una caja de pasteles y le dijo a una de sus dependientas que volvería enseguida.
—Pedro, qué sorpresa.
—¿Tienes un momento? Tenemos que hablar.
La miraba con la misma intensidad de la noche anterior, y el sol que entraba por las ventanas le iluminaba el rostro. Se le hizo la boca agua con solo verlo. Así no podía concentrarse. Quería tocarlo y descubrir cómo de musculoso era. Quería acariciar ese suave pelo rojizo cortado a la perfección.
—Eh… Dame un momento. Tenemos mucho jaleo. Atiendo a unos clientes más y luego hablamos.
Él asintió, sin más. Sin decir ni una palabra. Paula volvió a meterse tras el mostrador, se disculpó ante los clientes y los atendió. En cuestión de minutos la cola se había despejado y pudo volver con Pedro.
—Vamos a mi despacho.
El estómago le dio un vuelco al pensar en quedarse a solas con él. Lo condujo al fondo del local, pasando por delante de la ajetreada cocina, y abrió la puerta del despacho. Se sentaron.
—¿De qué querías hablar?
—Necesito que me escuches con la mente abierta. Lo que voy a decir podría interesarte.
—Haré lo que pueda —respondió intrigada y también algo temerosa.
—Tengo una propuesta que hacerte, una que nos beneficiará a los dos. Puedo librarte del problema con Javier Harrison. Y tú, a cambio, puedes ayudarme a acercarme a tu hermano y conseguir acceso a un grupo de personas con dinero e influencia en la ciudad.
¿Qué? ¿Cómo? Encantada escucharía lo que fuera que la ayudara a librarse de Javier.
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