Paula estaba tumbada al lado de Pedro, esperando que su respiración cambiara para saber que estaba dormido. Después de un rato, trató de apartarse un poco de él, recordando cómo había hecho que se le tambaleara el mundo con solo unos pocos besos. En aquellos momentos, estaba mirándolo, inhalando su aroma. Él tenía la pierna derecha encima de la de ella, aprisionándola. No podía recordar cuándo se había sentido tan satisfecha, aunque también tan asustada. No estaba segura de lo que había ocurrido, excepto de que Pedro había respondido muy vagamente a sus preguntas y la había besado. Entonces, había dejado de recordar lo que él le había dicho, aunque las cosas que le hacía con la boca no se parecían a nada de lo que ella hubiera conocido. Cuando se apartó de ella, no había deseado más que volviera a tomarla entre sus brazos para que pudiera seguir besándola. Aquellos momentos con çel habían sido tan diferentes... Deseaba que no tuvieran que marcharse a casa el domingo. Aquella noche, en vez irse corriendo a trabajar, como solía hacer siempre, había dejado que la cena se prolongara como si no tuviera razones para darse prisa. Había sonreído y se había comportado de un modo encantador, embriagador. Pedro había demostrado casándose con ella que estaba dispuesto a hacer sacrificios por sus hijos y ella había hecho lo mismo. Había pensado que si podía mantener sus emociones al margen, entonces podría dormir con él y todo iría bien. Sin embargo, nada le había preparado para la abrumadora necesidad que los besos de Pedro habían despertado en ella, ni para el modo en que él la había tocado, tan tierna y reverentemente, casi como si sintiera algo por ella. Casi como si la amara. Estar con él aquella noche había sido muy especial, aunque no hubieran hecho el amor, mucho más especial de lo que estaba dispuesta a admitir. En parte porque Pedro había cumplido su palabra. La había besado y, cuando las cosas se le habían empezado a ir de las manos, se había apartado de ella. Tenía que admitir que tenía razón. Había algo entre ellos, algo tan intangible como las paredes emocionales que ella había erigido para proteger su corazón de más sufrimiento. Pedro había derribado aquellas palabras con sus besos y sus caricias. Admitía que sentía algo por él, probablemente más de lo que debería. ¿Podría él sentir algo parecido? ¿Sería de verdad aquello lo que ella deseaba? En aquel momento, comprendió que quería su amor. Peor aún, sabía que, a pesar de lo mucho que había tratado de no acercarse a él, estaba corriendo un verdadero peligro de enamorarse de él, pero se negaba a consentir que aquello ocurriera. Esperaría hasta que él se durmiera y luego se iría a dormir al sofá. Sin embargo, en la tranquilidad de la habitación, Pedro susurró de repente:
—Si pudiera haber elegido a la madre de mis hijos, no podría haber elegido a nadie mejor que a tí.
Paula sintió que las lágrimas se le agolpaban en los ojos y que el corazón se le hacía pedazos. Se sentía más triste que nunca, porque comprendió por fin que se había enamorado de Pedro. Del padre de sus hijos.
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