Paula se estremeció bajo su mirada. Nunca había estado con un hombre, pero sabía que Pedro podría desarmarla por completo. Tenía que centrarse y desviar esa conversación hacia aguas menos peligrosas.
—Por lo que he oído, desarmar cosas es lo que mejor se te da.
—Entonces tus fuentes no deben de haberlo oído todo.
Él dió un trago y Paula se fijó en el movimiento de su nuez. Dios, no podía dejar de mirarle los ojos. Eran entre verdes y azules y le recordaban a un mar indomable. Fiero. Precioso. Igual que todo lo demás en él. Un diminuto aro dorado destelleó en el cartílago de su oreja izquierda. Desentonaba con el traje impecable, la perfecta postura, la seriedad… Y apuntaba a algo oculto y misterioso. Algo peligroso. Algo que ella quería descubrir. Se sentía atraída por él. Si cerraba los ojos, podía sentir la corriente que la recorría, el pulso acelerado. Eran reacciones que no había tenido nunca y que no podía controlar. Lo único que quería era pasarse toda la noche al lado de ese hombre…
—¿Entonces no lo haces? —preguntó Paula levantando la copa para tener las manos ocupadas y evitar cometer una imprudencia como volver a tocarlo.
—Sí, sí. Desarmo lo que sea que no funcione.
—Qué bruto.
A Paula le pareció verlo sonreír. Fue algo fugaz que le iluminó los ojos antes de desaparecer por completo.
—A veces hay que serlo.
Pedro miró a otro lado, como decidiendo si quería decir más o no. Paula contuvo el aliento esperando que lo hiciera.
—Si tuvieras un árbol que sabes que te dará la mejor fruta, pero que ahora mismo no puede hacerlo, lo atenderías. Cortarías lo que estuviera podrido. Encontrarías la fuente del problema y la eliminarías. A lo mejor tendrías que cortar tanto que tardaría una estación entera en recuperarse, pero luego tendrías un árbol perfecto. ¿De qué sirve un negocio destinado al fracaso? ¿Cómo puede generar dinero? Aunque no sean agradables, a veces hay que hacer sacrificios. Y si eso me convierte en un bruto, llevaré el título con mucho gusto.
—Vaya, así que te preocupas… —dijo ella sonriendo y con tono acusatorio.
—La mayoría dirían que soy incapaz de preocuparme.
—A mí me parece que la mayoría de la gente no te conoce nada — dijo ella mirándolo a los ojos.
—Es muy atrevido decir algo así de alguien a quien no conoces.
—¿Me equivoco?
—En absoluto.
—Eres sorprendentemente sincero, ¿Sabes?
Y después de las maquinaciones de Gonzalo y Javier, eso resultaba de lo más refrescante.
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