viernes, 6 de diciembre de 2024

Nuestros Bebés: Capítulo 55

 —¿Que ha sido todo esto de jugadas y de estrategias? —le preguntó Paula, mientras salían al exterior.


—¿Quién sabe? —mintió Pedro, maldiciendo en silencio al otro abogado—. Nunca he entendido lo que Phillips decía.


—Me da la sensación de que es otro abogado al que no le tienes mucha simpatía.


—Tienes razón. Bueno, ya basta de abogados —concluyó él, observando cómo el cabello de Paula relucía al sol—. Debería haberte dicho antes lo guapa que estás.


—Gracias. No creo que vuelva a ponerme este traje en un futuro próximo. Me está cortando la respiración. No puedo esperar a quitármelo.


Pedro sintió cómo el deseo se despertaba ante la imagen de Paula desnudándose. Lo reprimió y se recordó que no habría noche de bodas.


—Vayamos a casa a hacer las maletas.


—¿Por qué?


—La gente, normalmente, pasa la noche de bodas solos.


—¿Y no podemos estar solos en tu casa? —le preguntó ella.


Había cierto tono en su voz que lo cautivó.


—Siempre existe el riesgo de que venga alguien de visita.


—¿Y eso sería un problema?


—Es nuestra luna de miel. Se supone que te tengo que mantener en la cama hasta el domingo por la noche.


—Pedro... —susurró ella, con una expresión de pánico en el rostro.


—No he olvidado mi promesa. Has tenido unas semanas muy duras y quiero que descanses. Eso es todo.


Mentiroso. Aquello no era todo, pero Paula había parecido tan nerviosa que no había querido alarmarla.


Pedro suponía que podían pasar la noche en habitaciones separadas o tal vez camas separadas, si a Paula le parecía bien. A pesar de la promesa que le había hecho de no presionarla o de que ella estuviera bajo cuidados médicos, quería que durmieran juntos muy pronto y, ¿Por qué no empezar aquella misma noche? Después de todo, era su noche de bodas y quería tenerla entre sus brazos.  Lo único que le quedaba por hacer era ver cómo podría compartir una cama con ella y mantener al mismo tiempo su promesa. 



Casada. Paula se estiró. Se sentía algo letárgica por la siesta que se había echado. Miró a su alrededor, contemplando la habitación que Pedro había tenido la suerte de conseguir cuando llegaron al hotel aquella misma tarde. Sonrió al recordar cómo él la había tomado en brazos y la había dejado sobre el colchón que compartirían como marido y mujer, el modo en que se le habían oscurecido los ojos al colocarle los brazos a ambos lados de la cabeza... Ella se había sentido como una nerviosa novia, atractiva e incluso un poco deseable. Sin embargo, después de darle un rápido beso en los labios, se había incorporado. Tras murmurar una sucinta maldición sobre estúpidas promesas, seguida de una tensa disculpa, había salido de la habitación dando un portazo. Se giró para mirar al otro lado de la cama, completamente vacío e intacto. Aquella era su luna de miel, el primer día de su vida en común. No sabía dónde había ido Pedro ni cuándo volvería. 

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