miércoles, 25 de diciembre de 2024

Busco Prometida: Capítulo 6

 —Hola, Javier.


Él se agachó para darle un beso, pero ella giró la cara en el último momento obligándolo a besarla en la mejilla.


—Paula —dijo Javier rodeándola por la cintura y acercándola a sí.


Ese roce fue como sentir que le hubieran puesto un candado. Así de atrapada se sentía. Miró a su hermano, pero entonces desvió la mirada. No podía mirarlos a ninguno de los dos. Se le revolvió el estómago al notar la mano de Javier en la cadera. No podía respirar. Tenía que salir de ahí. Salir de su vida. Lincoln quería que se casaran en un año. ¿Cómo iba a hacerlo? No podía. No podría sobrevivir a algo así, a estar con ese hombre. La bilis se le acumuló en la garganta al pensar en lo que supondría para su hermano que ella se liberara. Y es que cuando su padre le había propuesto a Javier anular el compromiso, éste le había respondido si «De verdad» estaba dispuesto a arriesgar el puesto de Gonzalo en Arum. Además, disgustaría a su madre si actuaba en contra de los deseos de su padre por mucho que, antes de morir, él le hubiera prometido que encontraría una solución para ayudarla. Respiró hondo intentando centrarse; intentando frenar el pánico y las ganas de salir corriendo. Necesitaba pensar, pero cuando abrió los ojos, una figura captó su atención. Un hombre con traje oscuro y pelo rojizo, y sin el más mínimo atisbo de sonrisa. No era ni el más alto ni el más fornido de la sala, pero tenía una presencia que eclipsaba a los demás. Era una belleza salvaje enjaulada en un traje de diseño. Y, aun así, no parecía sentirse atrapado en ese atuendo. No. El traje más bien parecía el brillante pelaje de un gato salvaje acechando a su presa. Como si hubiera sentido que lo estaba mirando, él se giró hacia ella. Desde donde estaba, Paula no pudo distinguir el color de sus ojos, pero eso no impidió que la recorriera un escalofrío. 




Pedro Alfonso estaba en la barra, vaso en mano. Dió un sorbo al agua con gas y lima y saboreó su acidez. Odiaba esos eventos; prefería estar en casa o en el despacho, trabajando. Pero esa noche era imposible. La exclusividad de esa red de contactos era legendaria. Él estaba allí solo por su cuenta bancaria, porque nadie podía ignorar a un multimillonario durante demasiado tiempo. Odiaba tener que darles conversación a un puñado de esnobs ricos, pero sabía lo importante que era tener esa clase de contactos. Miró a su alrededor mientras seleccionaba a la gente con la que más le convendría trabajar y a la que se quería ganar. Pero no se ganaba a las personas haciéndose el simpático y haciéndoles la pelota. No. Lo hacía demostrándoles cuánto ganarían asociándose y lo que se perderían si no firmaban un contrato con él. Su asistencia allí solo era el primer paso. Lo que necesitaba era lograr estar en la cena Zenith que se celebraría en unas semanas. Aún no había recibido invitación y estar ahí esa noche tampoco le aseguraba que fuera a recibirla. Dió otro trago y se giró hacia el hombre que tenía a su lado.


—Estar aquí puede favorecerte mucho —dijo sonriendo Esteban Cross, el hombre al que Pedro debía tanto. Su mentor. La única persona en el mundo en quien confiaba.

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