viernes, 27 de diciembre de 2024

Busco Prometida: Capítulo 12

Nadie se lo había preguntado nunca. A ni una sola persona le había importado lo suficiente y, en cambio, ahí estaba Pedro, preguntándole cómo se sentía. Se le hizo un nudo en la garganta.


—Quiero tener la oportunidad de vivir mi vida y de elegir. Todo el mundo debería tener ese derecho. ¿Por qué no puedo tenerlo yo?


Él la miraba tan fijamente que le puso la piel de gallina.


—Deberías tenerlo —contestó Pedro desviando la mirada.


—¿Tú qué quieres sacar de esta noche? —le preguntó Paula al ver que miraba hacia un grupo de hombres entre los que estaban Javier y su hermano.


—Justo lo que no puedo tener.


Paula oyó la frustración en su voz y lo entendió. Sabía lo elitista y crítica que era esa comunidad.


—Me parece que va a costarte mucho convencerlos.


—Dime algo que no sepa. Bueno, creo que deberías volver adentro.


—Sí, debería. Se preguntarán de qué hemos estado hablando.


—Dile a Harrison que quiero comprar una tarta —dijo Pedro con un brillo de diversión en la mirada a pesar de que no sonrió.


Paula soltó una carcajada.


—Volveremos a hablar, sol —dijo él.


—¡Pedro! —gritó Paula antes de cruzar las puertas—. Tu secreto está a salvo conmigo.


—Lo mismo digo.




Pedro frenó de golpe delante de un gran edificio de hormigón en Fisherman’s Wharf. Las calles estaban abarrotadas cuando bajó del coche. No era una zona de San Francisco que soliera visitar, pero le gustó el lugar que Paula había elegido para su establecimiento. Paula…No había dejado de pensar en ella. Era preciosa, eso desde luego; sin embargo, no había sido hasta que se había enterado de que Gonzalo quería casarla con Javier que su cabeza se había puesto a funcionar. Y así, guiándose por la intensa química que había sentido con ella, había empezado a urdir un plan. Un plan que le aseguraría éxito empresarial y que podría salvar también a Paula. Pero primero tenía que convencerla. Y esa era la razón por la que ahora estaba delante de su tienda. Pulsó el mando para cerrar su deportivo negro, se abrochó la chaqueta del traje y se dirigió a las puertas de cristal dobles con un pintoresco letrero que decía Crème. Entró. La cafetería-pastelería de Paula era un caleidoscopio de pasteles de todos los colores imaginables. Todos los asientos estaban ocupados y había colas en cada mostrador. Al verla allí tan feliz después de la tristeza que había visto en ella cuando se habían conocido, sintió una extraña sensación de orgullo. Y no lo entendía, teniendo en cuenta que la había conocido la noche anterior. Paula llevaba un delantal y tenía su brillante melena color ébano recogida en una cola de caballo que él quiso apartar para descubrir a qué sabía su cuello…

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