—¿Es que ha hablado mi padre contigo?
—Sí. Vino a expresar su preocupación sobre la actuación que has tenido en los tribunales últimamente.
—¿Y qué te dijo?
—Que no está seguro de que tengas la madurez necesaria para hacerte cargo de la responsabilidad de este trabajo. Y me preguntó mi opinión.
—¿Y cuál fue tu respuesta? —preguntó Pedro, mientras maldecía a su padre en silencio.
—Personalmente, creo que puedes hacerlo.
—Gracias por el voto de confianza —dijo Pedro, más aliviado.
—Mira, voy a decirte algo estrictamente confidencial porque no quiero que te metas en esto a ciegas. Si te recomiendo para este puesto, no te voy a hacer ningún favor. Este puesto te comerá vivo. La combinación de las largas horas de trabajo, la naturaleza y el estrés del puesto y el verte constantemente sometido al escrutinio público te pasará factura. Seré sincero contigo. Este trabajo me ha agotado. Estoy quemado. No puedo hacerlo más.
—¿Sigue preocupándote el caso Meyers?
—En parte.
—Gustavo, los dos sabemos que ocurren estas cosas. Hay tecnicismos que impiden progresar a un fiscal. No es culpa tuya que ese hombre fuera declarado inocente.
—Tal vez sí, tal vez no. Ahora me siento como si todo lo que ocupa mi vida se estuviera escapando a mi control. Voy a regresar a Forestburg, Texas, en el campo. Necesito encontrar la paz.
—Hace un tiempo sospechaba que había una mujer. ¿Es así?
—En algún momento podría haberla habido, pero... No, ahora no hay nadie.
A pesar de la negativa de su jefe, Pedro seguía creyendo que había implicada una mujer. Sin embargo, no le dijo nada. Gustavo por fin se acercó a la mesa y se sentó en una silla. Le surcaban el rostro unas profundas arrugas, que describían perfectamente el sufrimiento de aquel hombre.
—Sobre este trabajo, asegúrate de qué es lo que quieres, porque el precio que tendrás que pagar será muy alto.
—Conozco muy bien todos los sacrificios. Y no me da miedo el trabajo duro.
—Eso creía yo. Hace tiempo. Algunas veces uno no se da cuenta de lo mucho que significan las cosas hasta que ya no están.
—Lo pensaré. ¿Querías algo más?
Gustavo se puso de pie y se dirigió hacia la puerta.
—Solo que tengo que saber tu respuesta uno o dos meses antes de marcharme.
—¿Y cuándo piensas hacerlo?
—A finales de año.
—La tendrás.
Pedro se frotó la barba incipiente. De repente, su mente bullía de preguntas sin contestar. Estuvo mirando la puerta mucho tiempo después de que Gustavo se marchara. No estaba seguro de lo que sentía al hacerse cargo del puesto del fiscal del distrito, aunque haría todo lo posible para demostrar que podría hacerse cargo de aquella responsabilidad. También proporcionaría seguridad para Paula y los niños, pero tendría que hacer ciertos sacrificios. Por el momento, no se podía permitir perder el trabajo. Le gustaba lo que hacía y no tenía intención de que lo despidieran. De algo estaba seguro. Las cosas iban a tener que cambiar mucho si quería mantener su trabajo. Había pensado empezar a pintar la casa y el granero, pero tendría que posponerlo por el momento. Trabajaría más duramente y echaría más horas en su despacho. Haría todo lo que pudiera para proporcionar estabilidad para Paula. Aunque no pasar tiempo con ella era lo último que deseaba, probablemente era lo mejor. Estaba ya en el quinto mes de embarazo y se ponía más hermosa con cada día que pasaba. Le había empezado a resultar muy difícil no tocarla. Y, francamente, no sabía cuánto tiempo más podría soportarlo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario