—No me importa —afirmó ella, abrazándolo—. Has hecho tanto por mí y por los niños... No sé cómo podré darte las gracias por todo —añadió, colocándole la cabeza encima del corazón.
—Paula, no quiero que me des las gracias. Quiero que te cases conmigo.
—Colaboraré contigo para criar a nuestros hijos, pero para considerar el matrimonio, tiene que haber algo más.
—¿Más? —preguntó él mirándola con la intensidad—. No me digas que no has notado que hay química entre nosotros. Sé que la has sentido. Tal vez no quieras reconocerla, pero está ahí.
—No sé a lo que te refieres —mintió Paula.
Sabía que el deseo no era lo mismo que el amor. Y si no podía tener amor, no quería nada.
—Sé que sí lo sabes. Los dos lo sabemos desde que compartimos aquel beso, pero déjame que te refresque la memoria.
Pedro la agarró por la cintura y se inclinó sobre ella. Su boca tocó la de Paula y recorrió una vez más su contorno con la lengua. Incapaz de negar su propia necesidad y el vínculo del que él había hablado, se abrió otra vez para él. Él se introdujo dentro de su boca y la estrechó con fuerza contra su pecho. Acariciaba la espalda de Paula de un modo que a ella le quitaba el sentido. Cada caricia de la lengua era como un baile de seducción que le aturdía los sentidos y le subía la temperatura del cuerpo. Ella inclinó la cabeza para darle mejor acceso.
—Cásate conmigo... —susurró, acariciándole levemente los lados de los senos.
—Pero...
—Quiero darles a nuestros hijos todas las oportunidades posibles para que tengan una vida feliz. Quiero hacer lo correcto con ellos y contigo. Quiero que lo nuestro funcione.
—No tenemos que casarnos para que puedas ver a tus hijos. Ya te he dicho que no te impediré que los veas.
—¿Y por eso crees que te he pedido matrimonio?
—¿No lo es?
—No. Mira, si no quieres casarte conmigo, lo entiendo, pero me gustaría que, al menos, fueras sincera conmigo.
—¿Y tú? ¿Estás siendo sincero tú?
—Sí. No consentiré que mis hijos crezcan pensando que fueron otro de mis errores.
—¿Errores?
—Ya sabes, Paula, nadie es perfecto y yo no soy una excepción. El cuarenta por ciento de los adolescentes contra los que presento cargos provienen de familias uniparentales. Estoy dispuesto a hacer lo que sea para evitar que mis hijos acaben así, pero no puedo hacerlo solo.
—No sé...
—Quiero que mis hijos tengan una buena casa. Si te casas conmigo, podemos hacerlo juntos.
—¿Te refieres a un matrimonio de fachada?
—¿Es eso lo que tú quieres?
—No sé si puedo hacerlo sabiendo que no hay nada más entre nosotros.
—Tenemos a nuestros hijos y la atracción que sentimos. Muchas personas se casan con menos de eso. Sin embargo, respeto tu candor. No quiero presionarte para que tomes una decisión. ¿Qué te parece si lo dejamos ir, dejar que la naturaleza tome su curso?
—¿Qué quieres decir con eso?
—Creo que deberíamos casarnos y dejar que todo lo demás siga como hasta ahora. Si llega el momento en que los dos estamos listos para que las cosas cambien entre nosotros, mucho mejor. Creo que todo saldrá si lo dejamos a su aire...
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